Después de la Navidad que vivimos en 2020, me entristece sentir que volvemos a enfrentarnos a unas fiestas muy parecidas. Es evidente que la situación en la que nos encontramos es muy difícil para todas y, dentro de la comodidad y el privilegio que experimento a nivel social, no puedo imaginarme el sufrimiento de aquellas que no pueden asumir la subida del precio de la luz, que no encuentran empleo, todas las personas que se han quedado sin casa en La Palma, todas las que son desahuciadas, que han perdido a seres queridos, las víctimas de violencia machista, homofobia y transfobia, la situación de precariedad que vive la población inmigrante, etc. Y así, innumerables realidades de desigualdad que siguen pasando año tras año, engravecidas ahora por el coronavirus.
Tal vez, a nivel personal, me adentro en unas Navidades con más pesimismo que las anteriores, pero creo que la gran mayoría de nosotras lo vivimos así. Es una época de agotamiento emocional en la que tenemos que sacrificar cosas que podrían animarnos, dejar de ver a personas que nos hacen felices, sentirnos más solas tal vez. Pensaba el otro día que estamos faltas de fuerza, y desconozco de dónde sacarlas. Pero, mientras pensaba en qué escribir, qué decir a las personas que leéis esto, me daba cuenta de que hay que arrojar luz de dónde se puede y apoyarme en Dios es una opción que no estaba valorando.
A veces los problemas que tenemos, o simplemente sentir que toda la sociedad está peor, nos nubla tanto que olvidamos que la Fe es una herramienta muy valiosa y necesaria. No soy de acudir a Dios en los momentos más difíciles, como si fuese a deshacer las dificultades por mí, pero cuando se trata de sentirse vulnerable y flaquear ante los demás, ¿quién mejor que Él?
Pienso que esta Navidad puede ser un tiempo dedicado a curarnos individualmente. Dedica momentos a explorarte a ti misma, buscar el silencio, dejar que La Palabra pueda darte alguna pista, algo útil que aplicarte, algo nuevo que no habías pensado y buscar ese diálogo interno que no siempre conseguimos. Un momento de oración puede ayudar también a volcarnos mejor en los demás y a no olvidarnos de que no estamos solas en esa vulnerabilidad, que seguramente el resto de personas que nos rodean sienten algo parecido y que la comunidad es algo fundamental en la vida cristiana.
Para finalizar (y esperando que no haya resultado demasiado deprimente) os invito a luchar contra el frenetismo y el consumismo navideño, a ir a lo pequeño, lo sencillo, lo íntimo, lo calmado, porque no hay prisa de nada y seguramente lo que necesitamos y necesitan de nosotras estos días es nuestro tiempo y tranquilidad.
¡Felices fiestas a todos, a todas y a todes!
Una Navidad de cuidados
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