El museo del Prado realizó el pasado 2009 una exposición llamada “Juan Bautista Maíno (1581-1649), un maestro
por descubrir” donde se mostraba al público las obras de este pintor, que como muy bien dice el subtítulo de la exposición, se desconoce mucha información. Pero lo que más sorprendió a los historiadores del arte y los coleccionistas fue que la pericia artística del dominico Maíno lo sitúa como uno de los grandes maestros del barroco español.
Maíno nació en 1581 en Pastrana, hijo de un comerciante de origen milanés y una portuguesa. Pasó su adolescencia en Madrid donde seguramente se iniciaría en el arte de la pintura, pero desconocemos en qué Escuela estudió o quienes fueron sus maestros. A finales del siglo XVI, Maíno realizó un viaje a Italia, seguramente con un cariz formativo ya que era la cuna del arte. Aquí pudo aprender las dos corrientes artísticas que se estaban dando en el panorama italiano: por un lado el naturalismo de Caravaggio y el clasicismo italiano de mano de Annibale Carracci. Maíno vivió esta efervescencia artística de primera mano, hecho que se ve reflejado en sus obras, como veremos a continuación.
En 1612, a su regreso de Italia, recibió un encargo artístico que provocaría un cambio en su vida, que también afectaría a su faceta como pintor. Debía realizar las pinturas del monumental retablo mayor de la iglesia del Convento de San Pedro Mártir, en Toledo. El retablo debía estar compuesto por diez pinturas: cuatro de ellas los episodios más importantes de la vida de Jesús, cuatro figuras de santos y coronando el retablo Santo Domingo de Guzmán y Santa Catalina de Siena (todas estas obras forman parte de la colección permanente del Museo del Prado actualmente). El retablo causó gran impacto ya que Maíno aplicó todas las técnicas artísticas revolucionarias que había aprendido en Italia, técnicas que en España todavía no se utilizaban.
De esta composición destacaremos La Adoración de los Magos, considerada una de las mejores obras europea de influencia italiana. En ella podemos ver a los tres Reyes Magos de Oriente con sus respectivos obsequios para entregar al niño Jesús que está en brazos de María, mientras San José se encuentra en un segundo plano. Es un lienzo de grandes dimensiones (3’15 m x 17’45 m) presentando unas figuras monumentales de carácter escultórico más que pictórico. El uso de la luz y la sombra es una influencia directa de Caravaggio y también vemos la mano italiana en el uso de los colores vivos, sobre todo el amarillo, ocre, azul, bermellón y el púrpura. La figura que englobaría todos estos cambios artísticos y las novedades introducidas en el panorama español sería el Rey Mago de color: saturación cromática, iluminación y gran naturalismo en las facciones.
Como decíamos, este gran encargo provocó un cambio muy importante en la vida del pintor ya que decidió ingresar en la Orden de los Dominicos. Esto provocaría que su producción se viera reducida. Por lo tanto estamos ante un maestro cuya producción artística está en torno a cuarenta cuadros pero se le ha considerado el mayor representante de la pintura española barroca de su tiempo, un pintor dominico de gran dinamismo, iluminación, vitalidad cromática y monumentalidad.
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