3 de noviembre
No me parece equivocarme demasiado si digo que nuestro santo dominico de hoy 3 de noviembre, san Martín de Porres, es el santo de la Orden de Predicadores más conocido y popular que hay. Seguro que tiene que ver una película famosa, de allá de los años 60, que lo popularizó en nuestras iglesias, pero antes de ella, ya había cariño, devoción y atracción de la figura de Martín, el santo mulato, fray escoba…
¿Por qué? Bueno, siempre es difícil decirlo, claro está, pero diría yo que es porque en la biografía de san Martín, se dan una serie de circunstancias, actitudes, valores y conductas, que encarnan extraordinariamente bien el mensaje del evangelio, la humanidad, cercanía, compasión, cariño y cuidado por los más débiles, pobres, abandonados y olvidados, y con la humildad, la paciencia, el afecto y atención que se encarnan en Martín, casi del mismo modo que hizo el propio Jesús de Nazaret.
San Martín de Porres nació en Lima el 9 de diciembre de 1579, hijo de Juan de Porres, caballero español de la Orden de Calatrava y de Ana Velázquez, negra libre panameña. es decir, Martín era mulato. Su padre, comisionado por las autoridades españolas del nuevo mundo, marchó a Ecuador, llevándose a Martín y su hermana Juana, y años después al Panamá, momento en que Martín y Juana regresan con su madre a Lima, en el año 1590. Martín tiene once años. A los doce Martín está de aprendiz de peluquero y asistente dentista, quienes entonces hacían la misión casi de médicos de todas las dolencias.
La Lima de fines del siglo XVI, es un mundo fascinante que dio grandes figuras de santidad, tres de ellas vinculadas a la Orden, santa Rosa de Lima, san Juan Macías y este nuestro san Martín. Y es que aquella comunidad predicadora, era de una profunda vitalidad evangélica y misionera. Martín conoce de esa comunidad a fray Juan de Lorenzana, famoso dominico como teólogo y hombre de virtudes. Le invita a entrar en el Convento de Nuestra Señora del Rosario.
Pero las leyes coloniales y religiosas de aquella época, impedían ser religioso por el color y por la raza, por lo que Martín de Porres ingresa como donado, que era una figura por la que había quien entregaba su trabajo y si vida, sin ser fraile, pero haciendo vidas muy parecidas a la de los religiosos. En esa vida de donado, él se entrega a Dios y a través del servicio, la humildad, la obediencia y un amor sin medida. Se le confía la limpieza de la casa, y de ahí su escoba que será, con la cruz, la gran compañera de su vida.
San Martín tiene un sueño que Dios le desbarata: “Pasar desapercibido y ser el último”. Su anhelo es seguir a Jesús de Nazaret, de manera escondida, en silencio, sin llamar la atención, en humildad. Sirve y atiende a todos, pero no es de todos comprendido. Un día cortaba el pelo y hacía el cerquillo a un fraile, éste molesto porque Martín no deja de sonreir, no duda en insultarle: ¡Perro mulato! ¡Hipócrita! La respuesta fue una generosa sonrisa.
Tras dos años en el convento, y casi seis que no ve a su padre, éste le visita y, en su condición de autoridad colonial, después de dialogar con el P. Provincial, éste y el Consejo Conventual deciden que Fray Martín sea hermano cooperador. El 2 de junio de 1603 San Martín de Porres se consagra a Dios por su profesión religiosa.
La vida de fraile, no sólo no cambia sus ocupaciones, sino que más bien, las aumenta. Sobre su vida, diría fray Fernando Aragonés: “Se ejercitaba en la caridad día y noche, curando enfermos, dando limosna a españoles, indios y negros, a todos quería, amaba y curaba con singular amor”. Y es que la portería del convento es un reguero de soldados humildes, indios, mulatos, y negros, de pobres, enfermos, mendigos, menesterosos, necesitados… él solía repetir: “No hay gusto mayor que dar a los pobres”. Hasta a los animales abandonados se dedica a cuidar, acogiendo en el patio del convento a perros, gatos y ratones.
La vida de fray Martín de Porres es de un amor desbordante y universal, y su fama de santidad y caridad no hace más que crecer por Lima. Su hermana Juana disfruta de buena posición social, por lo que, en una finca de ésta, da cobijo a los enfermos y pobres que atiende Martín, con sus conocimientos de medicina. Crecen también las historias de sus milagros y hechos extraordinarios, se le ve a la vez en distintos y distantes lugares, su cesto de alimentos para los pobres no se vacía, sus hermanos de Orden, comienzan a comentar sus intensos momentos de oración…
Muere Martín, con la fama de santidad, generosidad, cuidado y amor por los más necesitados, amplísimamente extendida, el 3 de noviembre de 1639. Enterrándose su cuerpo en la iglesia de Santo Domingo de Lima, donde aún se venera. Gregorio XVI lo declaró beato en 1837 y fue canonizado solemnísimamente por Juan XXIII, que sentía verdadera devoción por San Martín de Porres, teniendo una pequeña imagen de marfil presidiendo la mesa de su despacho el 6 de mayo de 1962.
Ya decimos que San Martín es el santo más famoso de la Orden, querido por todos, invocado por ricos y pobres, enfermos y menesterosos, por hombres de ciencia y por ignorantes. Su imagen o su estampa va en los viajes, está en las casas y en los hospitales, en los libros de rezo y en los de estudio. Todo porque fue humilde, obediente, y, como dijera Juan XXIII, “Es Martín de la Caridad”. A nadie extraña que sea Patrono de los Hermanos Cooperadores Dominicos, de los Peluqueros, de la Limpieza Pública, Farmacéuticos y Enfermeros, siendo numerosos los grupos de caridad y justicia social y los diversos oficios que en todo el mundo lo tienen como protector. Y ello, a fin de cuentas, porque en su vida, quiso vivir como el mismo Jesús de Nazaret, amando a Dios y a los hombres.
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