Creo que no digo nada nuevo al decir que muchos estamos inmersos en la incertidumbre; que vivimos esperando a ver qué ocurre o quiénes van a tomar las riendas del carro para subirnos. Muchos decimos que esta no es la clase de sociedad que queremos, pero es la que tenemos. ¿Nos hemos equivocado? Si la respuesta es afirmativa ¿dónde está el error?
Cada día amanece con nuevas incógnitas, sospechas y temibles suposiciones. Aunque también es cierto que amanece con no pocas esperanzas. Ante estas realidades de cada día debemos reflexionar de forma seria sobre qué decisiones, o re-decisiones, tenemos que tomar para que mejoren las cosas y la incertidumbre vaya desapareciendo.
Y es que vivir con la persecución de la incertidumbre nos paraliza para decidir, o re-decidir, garantías imprescindibles en todos los ámbitos como gestionar el bien común, tener líderes políticos qué, por encima de las diferentes formas de pensar, se esfuercen por averiguar qué política es la más oportuna y qué leyes son las más justas, necesarias y prioritarias hoy en día. En definitiva, que la pluralidad de opiniones sirva para apoyar y respaldar la libertad de todos.
Otra perspectiva es el mundo laboral porque, dentro del mundo del trabajo, la incertidumbre hace mucho daño. Y es que jamás se puede echar en olvido la cuestión de la justicia dentro del trabajo: tanto para empresarios como para trabajadores. Nuestras decisiones, o re-decisiones, dentro de la realidad laboral nunca pueden perder de vista la cuestión de un trabajo digno con su correspondiente sueldo equitativo. Para estas realidades, y para todas las demás que forman nuestra sociedad, se necesitan personas que piensen e investiguen para que ofrezcan decisiones apropiadas.
A unos les tocará poner en marcha los procedimientos que se les demanden. Otros tendrán que afanarse dentro del pensamiento para ofertar re-decisiones que, dentro del mundo de la educación, ofrezcan las actitudes que tiene que tener una personalidad completa. Con esas decisiones, o re-decisiones, se podrá escapar de la incertidumbre educativa en la que estamos inmersos.
El papa Francisco ha pronunciado un mensaje claro y rotundo desde la sede del Parlamento Europeo, donde lanza propuestas para salir de la incertidumbre. Dentro del magistral discurso el pontífice se pregunta: ¿cómo devolver la esperanza al futuro, de manera que, partiendo de las jóvenes generaciones, se encuentre la confianza para perseguir el gran ideal de una Europa unida y en paz, creativa y emprendedora, respetuosa de los derechos y consciente de los propios deberes?
Tenemos que abrirnos a la dimensión trascendente de la vida y a un espíritu humanista, porque la vida no puede girar en torno a la economía, sino a la dignidad de la persona. Tenemos que ser los protagonistas de las decisiones, o re-decisiones, que nos saquen de la incertidumbre; primerear, tomando de nuevo expresiones del papa, para que la ayuda a quienes más lo necesitan sea un eje primordial en nuestra sociedad. El objetivo de nuestras decisiones, o re-decisiones, tiene que ser la liberación del ser humano para que vaya asumiendo conscientemente su propio destino, se coloque en un contexto dinámico y ensanche el horizonte de los cambios sociales que se desean. Un ser humano que se vaya haciendo a lo largo de su existencia y de la historia. Se trata, en definitiva, que nuestras re-decisiones nos saquen de la incertidumbre creando comunicación respetuosa y creadora de comunión, de igualdad entre las personas y de justicia social.
Desde una perspectiva creyente somos conscientes de que la religión no es un asunto intimista e individual, ya que tiene influencia en las estructuras sociales y en los acontecimientos que afectan a todos y cada uno de los ciudadanos sin excepción. Todo esto nos tiene que llevar a plantearnos la necesidad de enfrentarnos con las causas estructurales de la injusticia, que no se resuelven con la sola autonomía de los mercados, sino reaccionando tomando decisiones, o re-decisiones, con las medidas justas. Desde nuestra realidad de creyentes puede que sea el momento de estar presentes en el mundo suscitando, haciendo y animando verdaderas comunidades fraternas. Creando iniciativas y estructuras de servicio y potenciando actos de verdadero testimonio, en vez de estar atemorizados por la incertidumbre.
A veces me pregunto si nuestra forma de ser creyentes no será una fachada. El interrogante puede encontrar sentido si recordamos que en este mundo cada vez hay menos lugar para quienes peor lo pasan. Para quienes llegan en las pateras, los que intentan fallidamente cruzar las vallas fronterizas de la ciudad de Melilla, los que están en las cárceles, los desahuciados y tantas otras situaciones. Tampoco están en el orden del día de las agendas de nuestros políticos, ni en muchas de nuestras parroquias, conventos y demás. Más allá de las provocaciones que pueden servir para despertarnos de nuestra modorra, lo cierto es que nuestra forma de ser creyentes deja de ser una máscara cuando compartimos, cuando damos amor, justicia y solidaridad; en definitiva, cuando decidimos, o re-decidimos, y en esas realidades desaparece la incertidumbre. Si hace unas semanas celebrábamos que Dios decidió nacer pobremente en un pesebre, fue porque este era el mejor modo de ser solidario con todos y de manifestar su decisión por el ser humano.
Tenemos que activarnos y empezar a producir buenas actitudes y métodos productivos. Ofrecer nuestras manos y nuestra inteligencia, para que nuestras re-decisiones saquen de la incertidumbre a esta sociedad. Todo esto poniendo como primacía la justicia y el derecho; la solidaridad y la entrega porque, si no es así, nuestras re-decisiones seguirán inmersas en la incertidumbre.
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