Un maestro iba de camino a casa, en su maleta llevaba algo más que controles y trabajos para corregir, llevaba un gran corazón. Al doblar la esquina de la calle en la que vivía encontró a uno de sus alumnos sentado en un escalón, su mirada fija en la nada, parecía derrotado, se paró ante él pero el niño no modificó su expresión por lo que decidió sentarse a su lado en silencio y esperar pacientemente.
El niño se percató de la presencia del maestro y le miró fijamente, las palabras no podían salir de su boca pero percibió en la mirada del maestro un cariño que envolvía todo su dolor y sintió, de repente, un gran alivio que le ayudó a contarle cuáles eran sus temores, sus problemas. El maestro escuchaba cada palabra desde el corazón, las hacía suyas intentando ponerse en su lugar, ir haciendo camino con él.
Cuando el niño finalizó su relato, el maestro le dijo: “sólo en ti está la solución, pero yo puedo ayudarte a encontrarla y a ponerla en práctica, si quieres te acompaño en el camino”.
El niño cambió su mirada, ya no estaba perdido, había encontrado a alguien que le ayudaría, alguien que le acompañaría en su búsqueda, alguien que le ayudaría a encontrar soluciones a sus dificultades.
Se levantaron y continuaron juntos el camino, dándose cuenta de repente que no iban solos, alguien estaba con ellos, les acompañaba también en su camino, descubrieron una mirada que les llegaba al corazón, la mirada del maestro.
Dios ama a cada ser humano apasionadamente, le muestra su misericordia infinita, aunque esto puede parecer una frase de la Biblia sin más, es una verdad que supera nuestro entendimiento. Desde el comienzo de la historia Dios ha estado presente, ha ido mostrando al ser humano lo que le conviene, lo que le favorece, pero la soberbia impide muchas veces que seamos capaces de ver con objetividad lo que es bueno, sobre todo si viene de Dios, de la religión, de la Iglesia.
Jesús fue un gran maestro, el Maestro, si leemos con detenimiento todo su manual de ser buena persona nos daremos cuenta de que estamos de acuerdo con el 99,9 %, ya que aquellos que dicen no creer en Dios, podría aludir a que ese 0,1% es lo que no comparten, la creencia en Dios.
La misión del educador es acompañar al educando en su camino de ir adquiriendo, no sólo, conocimientos, sino también actitudes, mejorando sus capacidades, potenciando aquello que le configura su personalidad, mejorando lo que le impide avanzar en su crecimiento como persona. Para esta misión hace falta una buena dosis de misericordia, de poner el corazón en la “miseria” del otro, cómo no, para ser misericordioso con los demás, hay que comenzar por serlo con uno mismo. Dios es misericordioso con cada ser humano, sin distinción, sin mirar su forma de vivir, de creer, de actuar, nos hizo a su imagen y semejanza, algo que olvidamos con frecuencia.
En la misión de la educación debemos tener en cuenta que partimos desde nuestra propia debilidad, que no sólo se comparten conocimientos porque la vida fluye a través de esos conocimientos y lo que llega, de verdad, al alumnado es lo que se transmite desde dentro, lo que pasa por el corazón, lo que vivimos con pasión.
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