Hace un par de semanas leí un artículo en Internet de estos que, sin saber muy bien por qué, te hacen pensar y replantearte algunas cosas.
El artículo explicaba en qué consiste el Kintsugi que, para los que como yo no estéis muy puestos en arte japonés, es una técnica de reparación de cerámica. Lo curioso de esta técnica y lo que añade valor a los objetos reparados, es que mezclan el pegamento con polvo de oro, de forma que las grietas de los objetos quedan a la vista.
Suena raro ¿verdad? Los laboratorios de Super Glue esforzándose por crear un pegamento cada vez más transparente, capaz de reparar los objetos sin que sea apreciable que se han roto… y mientras los japoneses llamando arte a cerámicas llenas de grietas muy mal disimuladas.
He de admitir que mi primera reacción al leer esto, fue pensar que en Japón viven en edificios demasiado altos y les debe de dar mucho el viento o algo porque, desde luego, a nadie con dos dedos de frente se le ocurriría esa tontería.
Sin embargo, para mi sorpresa, el Kintsugi parte de una filosofía de la que no nos vendría mal aprender un poco.
Pues bien, resulta que en opinión de estos sabios japoneses, cuando algo ha sufrido un daño y tiene una historia, se vuelve más hermoso. Así es que, en lugar de disimular que el objeto se ha roto y tratar de hacer que parezca lo más nuevo posible, enaltecen la zona dañada rellenando las grietas con oro.
Esa tarde, el Kintsugi ocupó mi mente durante las clases; desde entonces no puedo dejar de pensar que debería de poner un poco de Kintsugi en mi vida.
Cada vez que algo se rompe (y no hablo ya de platos ni de vasijas), sino de cada vez que se quiebra un pedacito de corazón, la primera reacción que todos tenemos es ocultarlo.
Podemos comentarlo con un amigo o quizás con dos; pero lo que seguro que no vamos a hacer es publicar en Facebook que alguien nos ha hecho daño, ni mucho menos contárselo a la persona que nos ha dañado… ¡Que locura eh! Hablar de nuestros sentimientos… Eso no lo hace ni el más tonto.
Y es que un corazón roto es un corazón frágil y a nadie le gusta ni ser frágil ni parecerlo.
Por eso es mucho más inteligente, y más fácil, subir a Instagram las fotos de este fin de semana, para que todo el mundo vea lo bien que nos lo hemos pasado y lo fuertes y felices que somos.
El único problema es que yo ya me estoy cansando de eso.
No quiero que me rompan el corazón, ni siquiera un cachito; pero si ocurre no debería ser algo a ocultar, no estoy rota ni valgo menos sino que, al contrario, si lo he superado significa que ahora valgo más.
El Kintsugi me ha enseñado que cuando algo valioso se quiebra, no hay razón para ocultar su imperfección; hay que repararlo, claro está, pero reparémoslo con algo bonito, algo que pondrá de manifiesto su fragilidad pero también su resiliencia, su capacidad para recuperarse.
Y es que resulta que todos nos rompemos alguna vez, pero nuestra capacidad para recuperarnos es algo de lo que presumir, es fruto de inspiración y, como nos enseñan los japoneses, no es nada de lo que avergonzarse.