2 de agosto
Me parece a mí que casi nadie puede decir que nuestras madres no han sido importantes en el camino de nuestra fe. En la gran mayoría de los casos han sido quienes nos abrieron a la experiencia de Dios, quienes nos enseñaron nuestras primeras oraciones, en quienes vimos el primer testimonio de fe y de vida creyente… los padres también obviamente, pero pareciera que las madres -al menos más tradicionalmente- han sido las que se han preocupado por enseñarnos y abrirnos el camino de Dios… y en el caso de santo Domingo de Guzmán parece claro que así fue.
Juana de Aza -la madre de santo Domingo- se casó joven, como era lo propio antes, con Félix de Guzmán. Ella de una familia importante y noble, él un caballero que se dedicaba a lo que se dedicaban los caballeros en aquella época, a guerrear en la reconquista.
Aunque Domingo dejó pronto y jovencito su Caleruega natal, los primeros años de la vida son -según los pedagogos y psicólogos- los que forman el carácter de una persona, y sin duda ninguna, mucho del carácter de Domingo lo vemos en los detalles que conservamos -entre leyenda e historia- del carácter de Juana de Aza.
Abierta a Dios, al soñar Juana, embarazada, con un precioso perro blanco y negro que prendía fuego al mundo, fue a consultar al cercano monasterio de santo Domingo de Silos sobre el significado de su sueño, y el sabio abad le indicó que su hijo sería ese “domini can” que prendería fuego al mundo con su palabra. Abierta a Dios y sus sorpresas puso a su hijo el nombre de Domingo en memoria del santo que dio nombre al monasterio de Silos… y supo que su hijo tendría como centro de su vida a ese Dios amor que era central también en su vida. De esa centralidad de Dios en su vida que vivió Domingo y que de ella aprendió, nos da cuenta el hecho de que los otros dos hijos que tuvieron Juana y Félix también fueron religiosos. Félix el mayor, parece ser que sacerdote o quizás monje por la zona de Caleruega; el pequeño Manés -que celebramos también este mes de agosto el día 18- se hizo dominico con su hermano. Queda la memoria tierna en la zona de Caleruega de ese estar pendiente de las cosas de Dios, de cómo Juana llevaba al pequeño Domingo -y a los otros hijos suponemos- a la peregrinación de Nuestra Señora del Castro, en la cercana Clunia -una antigua ciudad romana cercana que aún hoy en día tiene una pequeña ermita con esa imagen de la Virgen María-.
La compasión que tanto recalcan las crónicas que era tan propia del carácter de nuestro Domingo de Guzmán, también podemos encontrarla en otro de los recuerdos que de la beata Juana se conservan. Atenta a los pobres y peregrinos que por Caleruega pasaban, parece que les atendía con el vino bueno que guardaba su marido Félix -en un tiempo en el que el vino era además de alimento, una forma de sanación…- hasta que la bodega se fue agotando. En eso regresó su marido Félix de una de esas escaramuzas militares y le fueron con comentarios maledicentes de que su esposa malgastaba su vino. Pidió éste algo de ese vino para ver qué había de verdad en ello, y Juana viéndose en un pequeño problema se puso a orar para que todo saliera bien, de modo que al bajar a la bodega, las barricas estaban llenas a rebosar y de un vino excelente. Su compasión por los más pobres y enfermos fue cuidada por Dios.
El caso es que si para casi todos nuestras madres han sido la puerta de entrada de Dios en nuestra vida, en el caso de Domingo fue igual, y por eso podemos decir que es con la Beata Juana de Aza -la abuela… ya que Domingo es nuestro padre…- con quien empezó esta fascinante historia de la Orden de Predicadores, de los dominicos.
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