Continuamos con nuestra máquina del tiempo y esta vez, Félix Hernández O.P., nos escribe sobre el Campo de Trabajo en los veranos del 2003 al 2007. Seguimos viajando en la historia del MJD a través de sus protagonistas, de todos aquellos jóvenes que se atrevieron a convivir dos semanas en una casa perdida en algún lugar de Granada.
Las risas, oraciones, lágrimas, juegos, disfraces y los talleres formativos están muy presentes en este recorrido. Las anécdotas traspasan las fronteras del tiempo y se instalan en nuestras cabezas, las hayamos vivido o no. Porque una buena historia siermpe se guarda en el recuerdo y más si ocurre en Siena.
«Desde el MJD me piden que haga memoria de los campos de trabajo y confieso que comienzo a escribir emocionado al recordar tantos rostros queridos, las experiencias que hemos compartido, las risas, las lágrimas ¡Cuánto Dios!
Yo comencé a asistir al campo desde el principio, allí comencé a descubrir mi vocación y es en esta segunda etapa, de 2003 a 2007, cuando ya me incorporé como fraile. Fue un tiempo de cambios en Siena.
Nuevas generaciones que llegaban (Socarraets, Olivar, las papá Levante…) y que traían frescura y perspectivas diferentes; comenzamos entonces también a pensar en temáticas concretas para cada año (un campo fuimos Hogwarts, otro Operación Triunfo… ¡hasta llegamos a ser una prisión donde los reclusos conquistaban su libertad!).
La asistencia creció y tuvimos que hacer malabarismos para que todo cuadrara económicamente sin subir de precio, así que prescindimos del catering y comenzamos a cocinar en casa… ese fue el origen de la Familia Croqueta, de cálculos equivocados en la cantidad de comida, y también de mi mundialmente famoso “lomo al Rochefort”.
Hasta tuvimos que mudarnos temporalmente porque, en 2005, nos quedamos sin casa porque Siena estaba de obras, así que nos fuimos a Málaga, que por cierto, fue donde Ángela y Fermín se enamoraron 🙂 En 2007 el problema persistía y el campo se interrumpió, en su lugar organizamos una peregrinación a los lugares dominicanos del sur de Francia que resultó estupenda.
Muchas novedades como veis, pero lo esencial se mantuvo: La fraternidad y la risa siguieron proporcionándonos infinidad de anécdotas como la guasa con la que se recibían mis “broncas”, el lavabo roto, el “chuletero”, el secuestro de Pepe…
Pero, sobre todo, durante esos años “el Campo” siguió siendo una experiencia única para un montón de jóvenes que se encontraron con el rostro humano del sufrimiento, que descubrieron que no les era ajeno y que ellos sí podían hacer algo; que se llevaron grabados en el corazón los nombres de las gentes de la Zubia, de San Juan de Dios, de Almanjayar… que aprendieron que Dios está siempre cerca y que juntos, en fraternidad, puede hacerse realidad el sueño del Reino.
Algunos de ellos siguen por aquí, otros muchos siguieron sus caminos en la vida, pero estoy seguro de que nunca se olvidaran de todo lo aprendido y vivido en aquellos años, desde aquí les envío un abrazo enorme a todos.»