Después de unos meses de intenso trabajo en el laboratorio, y tras una breve visita a mi familia en Palencia, me senté en el autobús camino hacia Toro. Este año la pascua iba a ser diferente. Este año dejaba el bullicio y ajetreo de Albarracín y lo cambiaba por la paz y el sosiego del monasterio de las dominicas contemplativas de Toro. Este año mis compañeros de viaje iban a ser Julia, Maro, Belén, Moisés, Vicente, Javi (guaponi) y las hermanas. Además, este año era especial porque en junio me iré a trabajar al extranjero y es posible que no vuelva a compartir una pascua con mis hermanos en varios años. No estaba triste, al contrario, los emails cruzados la semana anterior y las cosas que se me habían contado sobre cómo había sido esta pascua años anteriores me hacían tener muchas ganas de empezar a vivirla. Y Tú lo sabías. Este año esperaba tener más momentos de oración y meditación dedicados a Ti.
La acogida por parte de las monjas no pudo ser mejor. Todas ellas son el amor, la alegría y la calidez hecha personas. El reencuentro con mis hermanos también fue entrañable. Sonrisas, abrazos, risas, ponernos al corriente de lo hecho en los últimos meses y de los planes de futuro, empezar a organizarnos un poco…Todo era perfecto. Además el tiempo acompañaba. Estaba convencida de que iban a ser unos días muy especiales.
Llegó el jueves. Rezar laudes, pasear, preparar la celebración de la tarde, nervios porque me tocaba predicar con Javi y yo no había hecho eso nunca, la celebración… se nos pasó el día organizando y preparando cosas. No hubo un hueco para leer algún texto, meditarlo, comentarlo, hablar de Ti…pero bueno, no pasaba nada, tenía la esperanza de que al día siguiente haríamos alguna cosa así.
Llegó el viernes, y sin embargo, la dinámica del día se presentaba similar a la del jueves. Y empezó a embargarme la tristeza. Empezaba a fallarme algo. ¿Decepción, desilusión? Un poco. Las expectativas que me había hecho de esta pascua no las veía cumplidas. ¿Qué es lo que quería? Aprender, leer y comentar algún texto, meditar sobre él y encontrar en él y en los comentarios de mis hermanos alguna idea brillante o iluminadora sobre Ti que me sirviera para llevarlo a mi día a día…después de todo es lo que llevaba meses buscando. Poder encontrarte en mi trabajo, sentirte entre tanto experimento y tanta ciencia. Y sin embargo, la dinámica que seguíamos era otra. Y los espacios y lo compartido era diferente a lo que quería. Aquello no me servía para verte después en el laboratorio. Así que yo no era capaz de encontrarte, Dios mío. No te sentía en lo que hacíamos. Y al final del día, la luz se apagó y la tiniebla se adueñó de mi cabeza y mi corazón.
Sábado por la mañana. Tras hablar con la almohada había llegado a la determinación de que tenía que adaptarme a la dinámica. Lo que hiciéramos, bien estaría. Pero la bruma aún era densa y no era capaz de verte. Seguía sintiéndote ausente. Seguía buscándote y sólo encontraba silencio. Nada me llenaba. Las palabras me sonaban vacías. ¿Por qué no te encontraba? Juntos habíamos vivido una cuaresma con momentos muy intensos, ¿por qué me habías dejado ahora? ¿Dónde estabas?
Pero sólo Tú decides el cuándo y el cómo. Sólo Tú sabes el por qué. Y yo estaba completamente equivocada de camino. Estaba absurdamente obcecada buscándote donde no estás. Y sólo entonces, en lo más profundo de la bruma, vacía por completo de todo y sin saber ya qué hacer, abriste mis oídos y quitaste el velo de mis ojos. Sólo entonces me hiciste ver que no me habías abandonado. Que igual que durante la cuaresma, habías estado todo el tiempo a mi lado. Habías estado en las hermanas, diciéndome “estas muy seria, Vero”. Habías estado en Javi, abrazándome durante la penitencial. Habías estado en Vicente, paseando conmigo y tratando de que descubriera qué es lo que me pasaba. Habías estado en Julia, necesitando mi ayuda y apoyo con los cantos. Habías estado en Moisés, diciéndome durante la vigilia que sólo te descubriría en los pequeños detalles. Habías estado en Maro y Belén, conversando y poniendo la mesa conmigo. Habías estado en mí, en la soledad de mi habitación. Sólo entonces me recordaste lo que tantas veces he oído y había olvidado: que Tú eres AMOR. Y entonces se disipó la bruma, se acabó la angustia y disfruté del resto de la vigilia como una niña a la que le han regalado zapatos nuevos.
“¿Qué es la resurrección para ti?” me preguntó Moi el sábado por la tarde. Mi resurrección fue dejar que Tu ternura me invadiera, para ver con tus ojos y comprender que lo esencial es cuidar de los hermanos y disfrutar de las pequeñas cosas. ¿Y entre mis experimentos, donde te encuentro? Ahora lo veo, estás en el técnico que me prepara las soluciones, en el compañero con el que discuto los resultados, en la tristeza del amigo al que hay que dar apoyo porque se atascó en su tesis y en la alegría del poder por fin comprender aquello que tantos quebraderos de cabeza nos dio. Y es que, como dice Hélène Langevin-Joliot (nieta de Marie Curie), lo importante es ser feliz con la investigación, y si de paso uno puede mejorar un poquito el mundo con su trabajo, todavía mejor.
Esta pascua no fue en absoluto como yo esperaba de ella…y menos mal que hiciste que no fuera así. Gracias, Dios mío.
PD. Por cierto, tienes que decirle a Moi, que después de esta…no puede volver a llamarme atea nunca más. Que aprendí la lección.
[one_fourth last=»no»][person name=»Vero Lamas» picture=»https://lh4.googleusercontent.com/-_nKe9pocLhI/U1_uBY5neUI/AAAAAAAABak/3AFXjtLwAj4/s552/Vero%2520Lamas.jpg» title=»Salamanca»][/person][/one_fourth]