El pasado lunes 17 de enero fue el “Blue Monday”, el día más triste del año. Investigando por internet he descubierto que nada tiene esto que ver con la salud mental, sino con una campaña publicitaria. Contratado por una agencia de viajes, el psicólogo Cliff Arnall trabajó en 2005 para determinar cuál era el peor día del año para viajar y llegó a la conclusión de que el tercer lunes de enero es el día en el que se acumula más tristeza según varios parámetros: la presión por las deudas navideñas, no haber cobrado todavía el mes de enero, el frío, el tiempo que ha pasado desde las navidades, la desmotivación y los propósitos incumplidos de año nuevo. Quizá alguien pueda identificar alguno de estos motivos con su situación actual, pero por lo general, la fórmula plantea un par de limitaciones: en primer lugar, que reduce la felicidad a muy pocas variables; y en segundo, que asume que estas variables nos afectan a todas las personas por igual.
A nivel social hemos integrado el Blue Monday como el día en el que podemos estar tristes y está bien, está permitido y es apropiado porque ES el Blue Monday. Incluso el capitalismo le ha encontrado una utilidad extra, publicando titulares al estilo “las mejores rebajas para superar el Blue Monday” (ese mito peliculero que nos dice que todos los problemas desaparecen con una tarde de compras).
Sin embargo, todas esas otras variables que se salen de la “fórmula perfecta” como la precariedad, la presión por la productividad, la discriminación en sus diferentes formas y/o la situación pandémica actual parecen llevarnos a vivir en un Blue Monday permanente, con la única diferencia de que el resto de los días de la semana del año se cambian las tornas y existe una presión social que ya no nos deja entender el malestar psicológico como algo normal (más allá de la tristeza).
Y esta idea, tan interiorizada en el imaginario colectivo y que tanto nos presiona a estar “siempre bien” está teniendo las consecuencias más graves posibles: el suicidio ya es la primera causa de muerte no natural en España. En 2020 se alcanzó el máximo histórico, con 3.941 muertes por esta causa, lo que suponen 11 suicidios al día. Del total, el 74% fueron hombres y el 26% mujeres… ¿podrían ser los estereotipos de género y las diferencias educativas en lo emocional uno de los motivos de esta evidente brecha de género? (Spoiler: todo apunta a que sí). En cuanto a la edad, es especialmente alarmante la cifra en jóvenes: el número de suicidios en personas menores de 15 años es el doble que en 2019 y supone la segunda causa de muerte en el grupo de edad de 15-29 años (solo por detrás de los tumores y “solo” con 30 casos de diferencia).
Un punto importante: si estos datos impresionan, hay que tener en cuenta que los intentos y la ideación suicida NO se incluyen en las cifras al no ser suicidio consumado. La OMS estima que por cada consumación hay unos 20 intentos de suicidio.
Pese a ello, España no posee ningún plan o estrategia estatal para la prevención del suicidio. La terapia psicológica en muchas ocasiones es inaccesible a nivel económico (especialmente para los jóvenes) y el apoyo de la persona con malestar psicológico recae en el entorno más cercano, que generalmente no está preparado para detectar y gestionar según que situaciones y problemáticas.
Si no te encuentras bien, pide ayuda. Si detectas que alguien no se encuentra bien, ofrécele tu apoyo y acompáñale en el proceso de búsqueda de ayuda profesional. E independientemente de tu situación, recuerda que tienes un compromiso social de buentrato para con las personas con las que te encuentras en tu camino. Algo así decía un tal Jesús… ¿no?