En esta ocasión me gustaría hablar de un tema en el que todos caemos en mayor o menor medida, y contra el que tenemos que luchar día tras día. Este es un mal que se encuentra especialmente extendido entre quienes tienen un conocimiento sólido de teología o de la Biblia. Dado que uno de nuestros pilares como dominicos y dominicas es el estudio, somos especialmente vulnerables a esto.
Para alguien que ha dedicado cierto tiempo en su vida a estudiar el misterio de Dios y las interpretaciones que la Iglesia ha dado de él, es muy fácil acomodar el Evangelio a lo que uno piensa o a la conveniencia social. Este es el problema, repito: es muy fácil acomodar el Evangelio a lo que uno piensa o a la conveniencia social.
Bien es cierto que la Biblia es muy oportuna para ello, pues a menudo se contradice. San 4 Pablo dice que lo importante es la fe, no las obras. Santiago dice que lo importante son las obras, no la fe. ¿En qué quedamos, entonces? Jesús para a Pedro cuando éste quiere desenvainar la espada, renunciando a toda lucha armada. Sin embargo, el Antiguo Testamento está lleno de violencia, enfrentamientos y guerra, desde el Pentateuco hasta los Macabeos. Tanto que los salmos afirman que Dios es misericordioso porque mató a todos los primogénitos de Egipto. Por comentarlo ahora en el ‘Año de la misericordia’. Ríete, George R.R. Martin.
Pero bien es sabido que el centro para un cristiano debe ser Jesús, y que lo suyo tiene prioridad. El caso es que no es fácil ponernos de acuerdo en si es que no ha venido a abolir la ley, sino a darle cumplimiento, o es el sábado el que está al servicio del hombre y no el hombre al servicio del sábado. Dependiendo del versículo, nos sirve para justificar una cosa o la contraria.
Hasta el s.XX, la teología católica había desarrollado una peligrosa inclinación, y era convertir la Biblia en un saco de citas que se extraían a colación según conveniencia. Pero ahí llegó el papa Pío XII el 30 de septiembre de 1943, con la II Guerra Mundial ya avanzada, y publicó ‘Divino afflante spiritu’. Allí dice que la Biblia puede estudiarse según sus géneros literarios y su contexto histórico. Merece la pena reproducir literalmente alguna de sus frases (los subrayados son míos).
Por otra parte, cuál sea el sentido literal, no es muchas veces tan claro en las palabras y escritos de los antiguos orientales como en los escritores de nuestra edad. Porque no es con solas las leyes de la gramática o filología ni con sólo el contexto del discurso con lo que se determina qué es lo que ellos quisieron significar con las palabras; es absolutamente necesario que el intérprete se traslade mentalmente a aquellos remotos siglos del Oriente, para que, ayudado convenientemente con los recursos de la historia, arqueología, etnología y de otras disciplinas, discierna y vea con distinción qué géneros literarios, como dicen, quisieron emplear y de hecho emplearon los escritores de aquella edad vetusta. Porque los antiguos orientales no empleaban siempre las mismas formas y las mismas maneras de decir que nosotros hoy, sino más bien aquellas que estaban recibidas en el uso corriente de los hombres de sus tiempos y países. Cuáles fueron éstas, no lo puede el exegeta como establecer de antemano, sino con la escrupulosa indagación de la antigua literatura del Oriente. (nº23)
Sin duda, esto (y el trabajo teológico de los años siguientes) preparó el camino al Concilio Vaticano II y al método histórico-crítico que tanto hizo avanzar los estudios bíblicos en la segunda mitad del s.XX. Y por desgracia, aún quedan voces que tratan de entender literalmente las citas bíblicas. Algunas, dentro de la Iglesia Católica. Todavía hoy queda en la Iglesia quien se atiene a una interpretación literalista de la Biblia cuando le conviene, que suele ser cuando se trata de ser rigorista (más con los otros que consigo mismo). A esa misma persona basta con preguntarle qué opina de otros temas sobre los que hay citas igual de contundentes, e igual trate de decir: “Esto hay que interpretarlo”. Porque mantener la coherencia siendo literalista es imposible. Y es, a menudo, la excusa perfecta para hacer la religión a mi medida y con soluciones fáciles y/o simples para la salvación, como si de una pócima se tratase. (Pista: cuando te quieran vender un análisis simple, no es)
Y es aquí donde llegamos al Concilio Vaticano II. Aquí va otra cita
“Como la Sagrada Escritura hay que leerla e interpretarla con el mismo Espíritu con que se escribió para sacar el sentido exacto de los textos sagrados, hay que atender no menos diligentemente al contenido y a la unidad de toda la Sagrada Escritura, teniendo en cuenta la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe” (Dei Verbum, 12).
La cita está sacada de la Constitución Apostólica ‘Dei Verbum’, el documento del Concilio Vaticano II sobre la interpretación de las Sagradas Escrituras. Esta apuesta requiere un trabajo duro de investigación, de utilización de una variedad de ciencias (arqueología, historia, lingüística, etc.), y es mucho menos romántico que ponerse a orar un rato y recibir una iluminación (pista: si escuchas una voz de Dios en la cabeza, no es).
Es también un trabajo colectivo (pista: si solo piensa uno en el grupo, no es), puesto que es sencillamente imposible que una persona pueda abarcar todo el conocimiento necesario para dar una comprensión completa a la Biblia. Hay un peligro en este proceso: que descubramos, de vez en cuando, que nos habíamos equivocado. Pero en el fondo eso es estimulante porque nos enseña que siempre tenemos más que aprender de Dios.
Fr. Asier Solana OP
Fraile Dominico