Hola, mi nombre es Alejandro Serradilla. Tengo 24 años y soy alumno del curso de Actualización Teológico-Pastoral en el Instituto Superior de Pastoral (Universidad Pontificia de Salamanca, sede de Madrid). Además soy cantautor. Por eso me han pedido que escriba una especia de reflexión desde la mirada de los jóvenes que formamos parte de este mundillo.
Vivo en Alcalá de Henares. Trabajo en una escuela de música como profesor de guitarra a la par que de camarero y músico en una sala de conciertos. Como se puede ver mi vida gira básicamente en torno a la música. Voy con mis canciones y mi guitarra pasando por aquellas puertas y caminos que me abren y me descubren las personas que me voy encontrando por donde voy. Es un mundo en el que, dependiendo de cómo uno lo gestione, puede llenarte de vida o puede ir consumiéndotela poco a poco. Ni que decir que la religión poco aparece, ni se hace visible a los ojos de los jóvenes a quienes, en principio, les parece chirriar tanto.
Yo, como un engranaje más de este este mundillo, no me siento un bicho raro cuando miro con ojos limpios lo que sucede a mí alrededor. Lo que siento cuando hago sentir, lo que siento cuando me hacen sentir, y lo que me genera decirle a la gente que hay algo que se nos escapa y que es lo que alimenta y sustenta estas situaciones.
Intento ver, y no solo mirar, lo que sucede a mi alrededor; en este paréntesis divino donde no hay cruces, donde la llama de las velas no hace presente al Espíritu Santo. Donde la religión es considerada como un quiste social.
Para concretar estas situaciones, quisiera contar que está surgiendo de nuevo en Madrid una especie de movida madrileña. Se trata de un boom creativo de poesía y música por parte de muchos jóvenes de diferentes partes del país que lo dejan todo para venir aquí y mostrar todo su arte. Esto viene propiciado, en gran medida, por la caída de las grandes multinacionales como única solución para vivir de la música. Ahora, cada uno, puede labrarse su particular camino hacia el estrellato. Solo se necesitan, pasión, esfuerzo y trabajo.
Por suerte, siempre hay gente trabajadora que le pone ganas a lo que hace. Gracias a estas personas, y a su esfuerzo, se han podido crear espacios donde todos los jóvenes cantautores y poetas podemos compartir nuestro arte, así como fomentar la creatividad y darnos a conocer. Es el caso de sitios como La Fídula, el mítico Libertad 8, El Café la Palma y el Honky Tonk entre otros. Este tipo de eventos reciben el nombre de micros abiertos y, para mí, son lugares clave donde me encuentro con la realidad juvenil, sus inquietudes, preocupaciones, filosofías de vida y sus valores cuando charlo con ellos o descubro su trabajo.
Y es que todos somos una parte del mismo cuerpo llamado humanidad y, parece ser, que cuanto más bajo es tu estatus musical más afloran las cosas maravillosas del ser humano. Me asombro y me conmuevo al ver la naturalidad y la sensibilidad de algunos cuando, mientras se fuman un cigarrillo en la puerta, ven pasar a un mendigo y entran al bar a comprarle un café o algo de comer. Me asombra la fraternidad a la hora de compartir mesa cuando somos demasiados en el lugar. Me llena saber que el que está sentado a mi lado lleva quince años tocando… en el metro. Me da una lección aquel que me cuenta que vino desde otro país a España para dedicarse a su música, y me dice que a veces no tiene para comer pero que es feliz porque se dedica a lo que quiere y que su precariedad lo ha puesto en contacto con la vida.
Me encanta tocar una canción con alguien que no conozco y sentir cómo todo fluye, cómo todos hablamos el mismo lenguaje a través de la música y expresamos lo mismo. Me llena el constante agradecimiento de los presentes al valorar la existencia de este tipo de eventos y el reconocimiento del esfuerzo ante el micrófono. Aprendo a valorar el trabajo constante de muchos como vía para conseguir su sueño, y me asombro al ver cómo se hace uso del altruismo para colaborar con el otro en su proyecto abriéndole nuevas puertas para salir a adelante: tocando o compartiendo su trabajo por las redes sociales. Me llena ver cómo se implica la gente por las buenas causas sociales realizando conciertos solidarios para diferentes asociaciones y organizaciones. Me gusta encontrarme con auténticos ateos o gente que me enseñan ese aspecto que tanto nos define: lo humano. Como dice Marwan en una de sus canciones me canso de la gente que no tiene el corazón más que para su cuerpo, me canso de llorar tanto por dentro.
Descubro el amor que hay detrás de las canciones, la hondura de las personas y el ansia por un amor de verdad que no deje más heridas, que no me haga más daño. O como dice el poema de Luis Ramiro te odio como nunca quise a nadie:
Desprecio tu persona, tus encantos,
deseo que te vayas al infierno,
espero que tu cama sea un invierno,
que sólo sueñes duelos y quebrantos.
No escondas la sonrisa entre los llantos,
ahora no es momento de ser tierno,
la voz me la he guardado en un cuaderno,
me callo ante tus falsos desencantos.
Espero que el pasado se deshaga,
que aquella canción ya nunca se radie,
lo nuestro es una vela que se apaga.
Y toda la maldad que ahora te irradie
es sólo por amor, por si te halaga.
Te odio como nunca quise a nadie.
Me conmuevo al ver cómo se dedican obras enteras a aquel amor de verdad que ya se fue pero se quedó para siempre, cómo se trasmite el llanto de un vacío desde unos versos como, por ejemplo, los de César Hulla donde habla de la ley natural del ser:
Eres
Como la luz que un niño
deja encendida por la noche,
un amuleto contra el miedo
y la desesperanza.
Eres
mis buenos días,
mis buenas tardes
y mis buenas noches,
que descanses, amor.
Eres
mi funambulista sin cable,
mi trapecista sin red,
mis ganas de ser,
mis brazos cable, mi cuerpo red.
Eres
el único abrazo que quiero.
La única voz que escucho en sueños,
las manos que entrelazo,
los ojos en los que me reflejo.
Y yo,
sólo soy ese afortunado
que se puede decir tuyo,
que se mira en el espejo
y sólo se reconoce contigo al lado.
Intento ver, y no solo mirar, lo que sucede a mi alrededor; en este paréntesis divino donde no hay cruces, donde la llama de las velas no hace presente al Espíritu Santo. Donde la religión es considerada como un quiste social. Ahí, ahí lo veo, lo siento y sé de su existencia. Yo no sé definirlo, pero me han dicho que lo puedo llamar Padre, Padre Nuestro, y solo hay que querer verlo.
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