Que hay realidades injustas y muy injustas en este mundo, lo sabemos todos. Que existen seres humanos sufriendo por culpa de otros, también. Quienes trabajamos en Cáritas, además, nos movemos entre ello a diario. A veces hasta corremos el peligro de acostumbrarnos a vivir rodeados de injusticia, de dolor, de insolidaridad…
Que la realidad en Palestina contenía muchos de estos elementos que he nombrado, también lo sabíamos, y sin embargo, el viaje que hicimos el pasado mes de marzo catorce personas, miembros de diferentes Cáritas diocesanas de la Confederación Cáritas Española nos ha cambiado a todos la vida. Creo que no me equivoco al decirlo, como al contaros que hemos necesitado -yo al menos- de algunas semanas para integrar todas aquellas vivencias y volver a “la vida normal”.
En Palestina, un territorio ocupado, como lo estaba hace 2000 años cuando anduvo por el Jesús de Nazaret, nos hemos encontrado con un muro de hormigón de 8 metros de altura y más de 700 km. de largo que separa, fundamentalmente, a las personas palestinas. El muro ha dividido familias y territorios; ha sustraído recursos naturales, como el agua, los campos de cultivo o las zonas verdes; e impide el acceso a los lugares santos a miles de personas, musulmanes y cristianos. Sí, cristianos, porque Palestina ya era de los y las palestin@s ‒cristian@s y musulman@s, que vivían como ahora, sin conflicto entre ellos‒ antes de 1948, el año de la Nakba, la Catástrofe, cuando el ejército sionista entró en aquellas tierras arrasando más de 500 aldeas y desplazando a casi un millón de personas de su territorio hacia los campos de refugiados donde siguen viviendo sus hij@s y niet@s, o a otros países.
Hemos conocido la realidad de familias que desde hace cuatro años no pueden celebrar juntos la Pascua porque tienen o han tenido a todos sus hijos en la cárcel; y otras que han tenido que reconstruir su vivienda hasta siete veces, después de ser derribada por el ejército israelí.
Nos han hablado de menores encarcelados por arrojar piedras; hemos visto cómo colonos judíos han construido más de 200 asentamientos ilegales en territorio “robado” a Palestina con el total apoyo del ejército. Y nos conmovimos en Hebron, la ciudad que alberga en su mezquita la tumba de los patriarcas ‒Abraham, Isaac y Jacob‒ y sus esposas ‒Sara, Lía y Rebeca‒ pero que casi ningún turista visita “por miedo a los judíos”, que diría el Evangelio (Jn. 20,19), refiriéndose a otra circunstancia. Y sin embargo, tan real como entonces: de nuevo los colonos, que han hecho de esta localidad, entre las más antiguas del mundo, una ciudad dividida en dos, con cientos de calles bloqueadas al paso de la ciudadanía palestina; unas 2 000 tiendas cerradas por orden militar o por la falta de negocio; y con los pisos de arriba de las viviendas palestinas ocupadas por colonos.
Nos hemos topado con una realidad muy dura, pero también con elementos de esperanza. Lo son las comunidades cristianas, llenas de vida y juventud, y comprometidas con la paz y la justicia; lo es el trabajo de Caritas Jerusalem, que hace todo lo posible por acompañar, como Jesús, al pueblo sufriente; son un brote de esperanza los esfuerzos por el encuentro entre las múltiples iglesias cristianas en Tierra Santa, y los acercamientos entre las tres religiones; y lo es, por supuesto, el documento Kairos Palestine Un momento de verdad, un texto ecuménico que nos pidieron difundir y dar a conocer.
Palestina sigue siendo, en el siglo XXI una tierra ocupada, por Israel, por la injusticia, por el dolor; pero también por la esperanza, por la solidaridad, por la lucha por la justicia, por la dignidad del pueblo palestino.
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