¡Hola a todos!
Cuando, en autobús o tren, viajo distancias medias o largas, acostumbran a proyectar películas que no sé si deberían de ser consideradas como tal, ya que están totalmente exentas de un hilo argumental. Parecen como una concatenación de escenas que no caminan hacia ningún sitio.
Donde la violencia acostumbra a estar presente, como también los diálogos sórdidos y sin ningún tipo de interés. A menudo es sin voz y con diálogos subtitulados para no molestar a los que no la quieran oír. Pero, inevitablemente, aunque sea por los ojos, es imposible no fijarse: vas conectando y desconectando; ahora sí, ahora no. Con unas pausas que, por la falta total de mensaje y de conexión entre los sucesivos hechos, no implican que te arrepientas de nada.
Lo pensaba ayer, al volver de Valencia de un encuentro del Movimiento Juvenil Dominicano (MJD) que ha tenido lugar en el albergue del Tossal, en Corbera, un pequeño pueblo de la comarca de la Ribera Baixa. Con el lema “Somos, vivimos” hemos compartido durante el fin de semana una estancia que se inició el viernes por la tarde y duró hasta el domingo por la tarde. Yo me he relacionado bastante con tres chicos del grupo de la Espiga de Sagunto, a los que conocí por primera vez estos días. Pero, de todas formas, también he tenido relación con todos, muchos de los cuales ya conocía.
La reflexión fílmica del inicio me irá bien, como contraste, para explicaros que mis encuentros con el MJD han sido siempre muy provechosos y que, a la vez, me han aportado mucho. No me arrepiento de haber ido a ninguno. Al contrario: creo que todos ellos me han ayudado a crecer como persona y me han permitido hacer buenas amistades. El lema de éste, “Somos, vivimos”, por sintético que sea, resume muy bien la necesidad de vivir a partir de o con los valores de aquello que sentimos que somos o que, de alguna manera, nos sentimos llamados a ser.
Encontrar sentido a la existencia es una de las necesidades de muchas personas. Una necesidad más de la vida, como lo es el alimento, el respirar, el relacionarse o el integrarse en el sino de la propia sociedad. De hecho, acabaremos encontrando sentido a nuestra propia existencia a partir de saber integrar armoniosamente todo este conjunto de elementos presentes a nuestras vidas.
En uno de los talleres que hicimos, Davi nos habló de estas necesidades humanes que se pueden encontrar en cualquier cultura de nuestro mundo. Recuerdo alguna de las precisiones que nos hizo: él, al hablar de las necesidades que tiene todo individuo, consideraba el hecho de comer, más bien, como una capacidad que como una necesidad. Porque, según él, lo que propiamente es una necesidad humana es la energía que nos acaba dando este alimento. Aunque todos sepamos también que será a partir de la acción de comer como habitualmente acabaremos recibiendo este alimento.
Así como Davi asociaba o precisaba estos conceptos de necesidad y de capacidad, a mí me ha venido a la mente que en el campo espiritual también podemos discernir sobre qué es aquello más espiritual que nos puede llevar a vivir como cristianos a las personas que nos consideramos. Entendiendo que cualquier hecho de nuestra vida, por pequeño que sea, será significativo. Y que todo este conjunto de hechos serán los que acabarán conformando nuestra existencia. Pero que eso no quita que lo que es realmente importante y necesario para los cristianos es el propio alimento espiritual.
Vengo a decir que se debe aprovechar tanto aquello que pueda ser considerado grano, como aquello que sea considerado paja. Todos los pequeños hechos que nos rodean, por insignificantes que sean, son, sin lugar a dudas, de vital importancia. Porque, aunque los vivamos de forma más o menos inconsciente, todo ello nos irá ayudando a encontrar el camino a nuestras vidas. Pero a la vez, también, debemos aprender a separar el grano de la paja: para que, dentro de todo este conjunto de vivencias, sepamos extraer aquello que sea más esencial o sumamente importante.
Muchas veces he pensado en aquel pasaje del evangelio de San Juan (Jn 14, 5-6) donde Tomás le dice a Jesús: “Señor, no sabemos ni tan siquiera dónde vas, ¿cómo podríamos saber el camino?” Y Jesús le contesta: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Davi nos comentaba que, en el mundo consumista donde vivimos, se nos estimula constantemente a satisfacer nuestras necesidades: necesidades que siempre existirán, ya que el hombre siempre puede seguir deseando más y más. Pero que es en esta lluvia constante de estímulos de la sociedad donde vivimos que acabamos confundiendo lo que él define como un “satisfactor” (sean material o inmaterial) de lo que es realmente una necesidad.
Considero que las palabras del evangelio según San Lucas (Lc 16, 13), que dicen que no se puede servir a la vez a Dios y al dinero, pueden ayudar a entender a los cristianos que, para nosotros, Jesús tiene que ser el camino, la verdad y la vida. No hay que vivir angustiados ni inquietos por aquello que deseamos, tenemos o no tenemos. Será a partir de la fe y de la confianza que los cristianos seremos y a la vez viviremos el camino que dará sentido a nuestras vidas.
¡Muchos recuerdos a todos!
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