Supongo que cada uno tiene su trocito de Evangelio favorito, ese que cuando lo lees se te pone la piel de gallina, ese que te hace darte cuenta de lo enamorada que estás de la Palabra de Dios…a mi me pasa con Mt 5, 13-16; «Vosostros sois la Sal de la tierra, vosotros sois la Luz del mundo«. LLevo muchos años intentando darle sentido a estas palabras de Jesús que tanto me fascinan ¿cómo yo puedo ser Sal y Luz?.
Creo que los cristianos para ser Sal y Luz estamos llamados a transformar la sociedad, no sólo a ser buenas personas, sino a salir al encuentro de los pobres (y de los ricos), de los inmigrantes (con papeles o sin ellos), de los desahuciados, de los homosexuales, de las prostitutas, de los enfermos, de los «sin techo», de las mujeres maltratadas, de los parados, los trabajadores explotados y hasta de los empresarios. Estamos llamados a predicar allí donde estemos, a no callarnos ante las injusticias (¿y si la sal se vuelve sosa, con qué se salará?), a sumergirnos en lo más profundo de una sociedad que sufre, a comprometernos con el corazón, a hacernos personas con criterio, personas creibles, solidarias, personas que dan ejemplo, que dan esperanza…personas que denuncian para anunciar (no se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín).
Hace tiempo escuche a un fraile muy sabio decir; «Todo lo humano habla de Dios», todo lo que le duele al hermano que tengo al lado me duele a mi, porque en él está Dios.
No creo que los que estáis leyendo esto os suene a nada nuevo, pero merece la pena no olvidarlo porque sólo así, como hizo Jesús, como hizo Domingo, se puede ser Sal y Luz, sólo así podemos transformarnos en Sabor y Vida (brille así vuestra Luz…).
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