Trilogía de Adviento III

Trilogía de Adviento III

Llegamos esta semana a la tercera de las imágenes con la que hemos ido acercándonos este Adviento al sentido de esta espera y esperanza, al sentido de este tiempo previo a la Navidad, y lo hacemos con la figura, como no, de María, la Virgen Madre de Dios.

                  Tercera Estampa: la Virgen María

La figura de María, la madre de Jesús de Nazaret, el Señor, es la tercera imagen. De alguna manera es la representación del hecho histórico en sí, del nacimiento hace dos mil años y pico de un niño que era el Enviado de Dios, el Salvador, el Dios con nosotros.

Pero a la vez es como la que enlaza las anteriores dos imágenes de este tríptico de adviento: la espera de la definitiva venida de Dios, y la construcción de las condiciones del Reino. María, las reúne, y a la vez les da un nuevo sentido.

María es la imagen de la fe perfecta, de la confianza en Dios. María es la mujer que hace suyos los planes de Dios, acoge a Dios, se deja hacer por Dios, se deja rehacer, acepta plenamente los planes de Dios y con ello se hace colaboradora imprescindible de la salvación, de la vivificación de la humanidad. Espera un mundo nuevo regido por Dios, y trata de preparar sus senderos, y lo hace poniéndose plenamente y por entero a la disposición de los planes del Padre. Y lo hace en plena libertad.

No es casualidad, evidentemente, que se celebre la Inmaculada Concepción de María en adviento, una fiesta que leo -más allá del dogma concreto y contenido en esa concepción sin pecado original de la Virgen-, como en clave de entrega absoluta de María a los planes de Dios, la ausencia de pecado en sus decisiones, la entrega absoluta a los planes del padre, para que el mundo nuevo y la vida nueva pudieran darse con el nacimiento del Mesías. Me impresiona sobre todo la opción en libertad de María. No podemos saber cómo fue la Anunciación ni la Encarnación, el relato evangélico de Lucas que lo cuenta es una figura literaria para transmitir un contenido teológico, pero nos deja claro que fue una opción libre de María, movida por amor a Dios y confiando en Él sin saber muy bien a qué llevaría después todo eso.

Porque, como decía uno de mis profesores, es muy probable que María, nacida, crecida y formada en su cultura judía, esperase otra cosa de lo que se le vino encima, y quizás su Mesías esperado no dejaba de ser el Mesías-Rey poderoso, glorioso y guerrero que esperaba Israel, y es muy probable que su fe tuvo que ponerse a prueba y sufrir ella misma un proceso de conversión a su propio hijo, a una idea de Mesías muy distinta a aquella, un Mesías servicio, amor y entrega hasta la tortura y la muerte. No sabemos si entendió o no María todo lo que su hijo tenía que pasar, pero sabemos que no abandonó su fe y su confianza en Dios, aquella por la que optó desde la Anunciación. Pasaría momentos de no saber y momentos de dolor que le traspasasen el corazón, pero la tradición de la Iglesia, siguiendo el Evangelio de Juan, nos la presenta al pié de la cruz, sin abandonar a su hijo, esperando y creyendo contra toda esperanza en la palabra de Dios. Así nos dicen los Hechos de los apóstoles que oraba con ellos antes de Pentecostés… seguía confiando en Dios Padre que un día le pidió ayuda para llenar de nueva vida a los hombres….

El Adviento de María es el que acoge a Dios desde la confianza y la fe en que es Él el que trae la vida, la plenitud y la libertad, es el adviento de la conversión a los planes de Dios y no a los que nosotros inventamos y le damos su nombre, es el de la esperanza contra toda esperanza, es el de colaborar con Dios en alumbrar un mundo nuevo y una nueva humanidad, pero sobre todo, María es el adviento de la espera y la esperanza…

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