El cine, mejor si pica

El cine, mejor si pica

Es difícil defender en una conversación que una película tan popular como Campeones no se merecía el reconocimiento a Mejor Película de los pasados premios Goya. No es una cuestión personal, aunque se acabe tomando así, sino análisis crítico sobre el cine. Con el séptimo arte pasa como los ocho restantes, que la víscera se pone por encima de cualquier razonamiento, algo que en ningún momento ocurre con las ciencias exactas.

Ante un mundo convulsionado por el día a día social y político, el cine comercial ha buscado responder a los debates sociales insertándolos en sus tramas, pero edulcorados. Siempre es de agradecer que una película tenga la sensibilidad de visibilizar conflictos humanos, pero no debería servir como ejemplo un film hecho desde la gran industria, que muchas veces se alinea con el sistema establecido, que es a su vez el principal causante de la desigualdad mostrada.

De esta manera, a la hora de mirar (es decir, ver de manera crítica y analítica) las películas que nos parecen simpáticas o emotivas no pueden estar al mismo nivel que las que ponen frente a la cámara discursos más genuinos, más… pedagógicos. Por ejemplo, tomando el ejemplo de Campeones (Javier Fesser, 2018), tal vez sea más interesante conocer King Ray (Sergio Romero Castaño, 2018), el documental que relata cuando España ganó la Medalla de Oro de Baloncesto en los Juegos Paralímpicos de Sidney 2000; cuando poco después se descubrió que solo 2 de los 13 jugadores de la plantilla sufrían algún tipo de discapacidad.

También podríamos ir encontrar una mayor profundidad en un film igual de comercial que Campeones como es Yo Soy Sam (Jessie Nelson, 2001), que pone sobre la mesa el complejo y perverso sistema de servicios sociales de EE.UU. que acaban juzgando a las personas basándose un obtuso marco teórico y un par de números, o El Hombre Elefante (David Lynch, 1980), que habla de cómo la mirada juiciosa de la sociedad mata. O en un plano mucho más complejo, Café de Flore (Jean-Marc Vallée, 2011), que pone en la relación la discapacidad con la toxicidad de las relaciones posesivas, y de cómo empoderarse pasa por saber decir adiós. Incluso Forest Gump (Robert Zemeckis, 1994) habla de algo tan contemporáneo como la superación y las metas con una profundidad de capas ejemplar.

Siguiendo con la temporada de premios, también entraría en el saco de las películas socialmente sobrevaloradas Green Book (Peter Farelly, 2018), que está basada en la historia real de la relación de amistad que establece un chófer italoamericano con un cantante afroamericano en un tour por los estados más racistas de un EE.UU. aún en la década de los 60. En la misma categoría que la película de Farelly, competía Infiltrado en el KKKlan (Spike Lee, 2018), mucho más interesante porque su historia es puesta en conversación con la resistencia anti-Trump actual; o solo un año antes, la película Get Out (Jordan Peele, 2017), una extraordinaria película de terror que en realidad habla del supremacismo que está presenta también en el progresismo burgués de norteamerica. O La milla verde (Frank Darabont, 1999), que contextualiza el racismo en uno de los grandes debates del país: el sistema penitenciario asimétrico.

¿Una película sobre el nazismo? Mucho mejor La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993) que la simpatía vacía de La vida es bella (Roberto Benigni, 1999). De hecho, Alain Resnais pudo resolver en 32 minutos uno de los documentos más estremecedores de la historia del cine en Noche y Niebla (1955). Así podríamos ir contraponiendo films con cada una de las preocupaciones sociales que ha tratado el cine, que son todas.

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Hollywood puede ser feminista

Por otra parte, este análisis rápido no busca crear generalidades sobre los diferentes tipos de cine, porque eso sería absurdo. Los títulos que he descrito -en su mayoría- están enmarcados en un contexto tan concreto como es el norteamericano de los últimos años. De hecho, el periodista Pedro Vallín defiende la teoría de que los blockbusters hollywoodienses como Star Wars o Los juegos del hambre tienen un discurso de fondo tremendamente social y antiburgués debido a la inmensa cantidad de trabajadores y trabajadoras que forman parte de la producción. La saga de George Lucas habla de una dictadura colonialista a la que al pueblo se enfrenta, y hay hasta brigadas internacionales. En esta última tanda, además, entre en el juego Rey, un personaje femenino que revitaliza una lucha que había estado demasiado tiempo capitalizada por hombres que ya eran mayores. Por su parte, la saga protagonizada por Jennifer Lawrence también plantea una respuesta a una distopía social cuyo poder se sostiene por la segregación de las clases sociales, y acaba planteando una revolución que mucho tiene que ver con la lucha de clases o las reivindicaciones de los Derechos Humanos.

Con esto quiero llegar a que esta relación que planteo no es una cuestión personal, sino crítica. Las películas divertidas pueden ser buenas películas, y por supuesto tienen la capacidad de contar cuestiones sociopolíticas con cierta profundidad. Pero no hay que confundir ese carisma con el blanqueamiento, ni crear una relación artificial de profundidad ligada a un ritmo lento del film.

Mirando desde fuera nuestras vergüenzas

Acabemos con un atrevimiento: ¿qué películas critican mejor la teoría y práctica católica? En España se hace, más allá de los eslóganes políticos y las denuncias sin sentido, una interesante crítica a la religión. Así, por ejemplo, puede ser Camino (Javier Fesser, 2008), Viridiana (Luis Buñuel, 1961), o incluso La Llamada (Javier Calvo y Javier Ambrossi, 2017).

Más sensible es el tema de los abusos sexuales por parte de religiosos, que tratan de manera rigurosa y muy interesante una ficción como es Spotlight (Thomas McCarthy, 2015) o el reciente documental producido por Netflix, Examen de conciencia (Albert Solé, 2019). Si pica, es que es interesante.

Y no me puedo olvidar de La Gran Belleza (Paolo Sorrentino, 2013) o la serie The Young Pope (Paolo Sorrentino, 2016), que toman como ejemplo un estridente Vaticano para hablar de esa Iglesia frívola que desoye a su comunidad.

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