Rosario es una anciana que vive en una residencia desde hace un par de años. Padece Parkinson, poco avanzado gracias a las medicinas. Desde que murió su marido vive también en una constante depresión que, aunque no acaba por completo con sus ánimos, sí le impide sonreír a menudo. La mayor alegría en el día a día de Rosario son sus hijos, a los que ve cuando éstos encuentran tiempo para ir a visitarla.
Una noche como tantas otras, Rosario se pone muy nerviosa, se encuentra mal y no puede dormir. Se avisa a la enfermera de guardia que tras valorarla deduce que se trata de uno de sus habituales episodios de ansiedad. Por si esto ocurría, el médico había dejado pautada una pastilla que la ayudaría a dormir sin preocupaciones.
La enfermera se ofrece a traerle la pastilla, lo que Rosario rechaza. Sorprendentemente dado su agobio, Rosario solo quiere una manzanilla. La enfermera accede a una petición tan sencilla, aunque con cierto recelo con respecto a la eficacia para calmar los nervios de una infusión digestiva.
Rosario bebe del vaso con esfuerzo. Los temblores de sus manos no le permiten ir más rápido, pero tampoco parece que tenga prisa. Entre trago y trago confiesa que se siente muy sola. Sus palabras están cargadas de cansancio y angustia, acompañadas de alguna que otra lágrima. Viendo la angustia de la mujer, la enfermera vuelve a ofrecerle la pastilla para dormir y de nuevo la rechaza. Sabiendo que nada de lo que pudiera decir consolaría a la señora, la enfermera se sienta a su lado dispuesta a escuchar como Rosario expone su corazón a una desconocida de uniforme blanco. Habla de sus hijos, está muy orgullosa de ellos. Por otro lado, reconoce su miedo a morir, o peor, a morir sola, mientras intercala comentarios sobre su medicación, sus dolores varios, lo mala que está la comida de la residencia, lo agradable que es la chica que le ayuda a vestirse, etc.
Al rato de terminar la manzanilla, los párpados de Rosario no resisten más la vigilia y se cierran. En ese momento la enfermera reflexiona sobre por qué esa mujer, aunque puede que de forma inconsciente, prefería una simple manzanilla antes que la pastilla que le hubiera hecho dormir sin problemas desde el principio.
De haber tomado la pastilla, Rosario habría despertado la mañana siguiente sin recordar que estaba sola. No se habría tenido que enfrentar a ese miedo. Además, Rosario habría empezado un nuevo día sin resolver aquel malestar que la acosaba. Habría saltado de un día a otro por encima de sus miedos y tristezas. Así pues, la pastilla se habría convertido en una venda para no ver una realidad dolorosa.
(A todos nos llegan momentos de soledad y situaciones difíciles de las que nos gustaría escapar. Podemos llenar el tiempo con banalidades como series de ficción o redes no-tan-sociales. Podemos centrarnos en divertirnos y en cómo conseguir el mayor placer con el menor esfuerzo. Podemos ir pasando a base de «no estar mal». Todo esto puede ser un pasatiempo inofensivo o un parche para tapar nuestra auténtica realidad. Eso queda en la conciencia de cada uno. Podemos seguir escondiéndonos del dolor detrás de mil cosas.
O también podemos seguir el consejo de la abuela. Apaga el ordenador, desconecta un momento del mundo. Ten el valor de tomarte un café o una manzanilla contigo mismo, solo. Tómate tu tiempo para conocerte y reconocerte. Come solo, aprende solo, toma una cerveza solo, ríe solo y llora solo. Porque la soledad también forma parte de esta vida y no tiene cura.)
Rosario está en una residencia para ancianos y puedes poner la mano en el fuego por que existen pocos sitios tan solitarios en nuestra sociedad. Pero ella prefiere vivirla. Prefiere no tomar el camino fácil. Prefiere estar consigo misma a no estar en absoluto. Porque al final ella habrá sido Rosario toda su vida, en lo bueno y en lo malo.
(Ten el valor de abrir tus ojos a las tinieblas de tu soledad para conocerte, para quererte y para vivir tu «yo» más auténtico. No diré «no tengas miedo». Tenlo y vívelo. Esconderlo no te ayudará a superarlo. Si en tu soledad encuentras dolor, acéptalo. Encuentres lo que encuentres será la verdad sobre ti mismo.
Al principio puede ser angustioso y estresante. Pero también hay felicidad en la soledad, el dolor y el miedo. Aprender a vivir con ello es la forma de estar realmente en paz. Entonces podrás dormir tranquilo.)
Y éste es el remedio casero de la abuela para no acabar adicto al diazepam.