Tras la Segunda Guerra Mundial, se ha construido un mundo heterogéneo que disocia entre un nosotros y el resto. Las sociedades adquirimos un etnocentrismo, injustificado desde la moral, basado en intereses geopolíticos y económicos. De este fenómeno, nace el concepto de desarrollo como elemento distintivo y definitorio de los territorios; pero a su vez, globalizador y unificador de un mismo camino a la felicidad, o vías de desarrollo.
Consecuentemente, a lo largo de la historia se han asignado un sinfín de términos para hacer referencia a la otredad: países del sur, no industrializados, pobres, tercermundistas, dependientes, subdesarrollados, menos adelantados, emergentes… Todos ellos adaptados al contexto histórico y cuestionados por todos los ámbitos del conocimiento. Simples, generalistas y diversas maneras de hacer referencia a situaciones complejas, únicas y concretas.
La ciudadanía a la que pertenecemos los países del norte y desarrollados, perpetua dichas situaciones, en cada acción justificada bajo la concepción de que nuestro desarrollo personal debe implicar un crecimiento económico y un consumo. Es incuestionable la insostenibilidad del sistema actual, pero aun así, pretendemos difundirlo como el método que permite alcanzar ese desarrollo.
Trabajas para ganar un dinero, con la idea de querer conseguir cada vez más, para así poder pagar los impuestos que nos garanticen un Estado de Bienestar (o no), satisfacer las necesidades básicas (determinadas culturalmente), y complacer nuestros deseos personales (influidos socialmente).
Pero somos humanos, y se nos despiertan sentimientos de culpabilidad, empatía y responsabilidad. De ello nacen movimientos y revueltas populares, que organizan a la sociedad civil en función de las distintas sensibilidades. Pero, incluso de todo ello, el sistema se aprovecha y hace negocio generando necesidades en torno a ello: comprar productos ecológicos, cambiar a un coche que no contamine, comprarte una camiseta con un mensaje feminista… o creando 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, que componen la Agenda 2030, y en la que incoherentemente comparten plano el “Crecimiento económico” y el “Fin de la Pobreza” o “Acción por el Clima”.
También cabría mencionar propuestas alternativas que me parecen interesantes -a partir de mis estudios en un Máster de Cooperación al Desarrollo-, como la Economía Circular o el Decrecimiento. La primera consiste, a grandes rasgos, en un aprovechamiento de los recursos; y la segunda, en que un desarrollo no debe llevar implícito un crecimiento. Pero existe, en esta materia, mucha más literatura que animo a su búsqueda, lectura y posterior reflexión.
Los conocimientos que aún sigo adquiriendo en este ámbito, me han generado tener una visión crítica y constructiva ante mi estilo de vida. Pero también me ha dotado de argumentos para poder reafirmar otras ideas en las que ya creía: hacer las cosas desde el amor, fe en el prójimo, necesidad de comunidad, servicio como sentido de vida, pensamiento colectivo y compromiso. Convicciones transversales a mi religión cristiana, que maduran paralelamente a mis creencias, y cuya vinculación aún siento más como joven dominica e integrante de un movimiento social organizado, sensibilizado con la humanidad.