Ahí sentada, en el borde del columpio, no hacía más que mirar al suelo mientras la suave brisa me golpeaba la cara. El cielo nocturno dejaba entrever las nubes azules, verdes, amarillas, rosas y naranjas en las que el Sol se había convertido hacía ya tiempo.
Por suerte para nosotros, escapamos a tiempo y encontramos la forma de protegernos de la radiación y del peligro para poder sobrevivir. Estábamos un paso más cerca del cosmos de lo que habíamos estado nunca en nuestro pequeño planeta azul. Solo pensaba en lo oportuno de nuestro tiempo, en la suerte de estar vivo ahora, con la ventana del Universo a nuestro alcance y con maravillas delante de los ojos.
Me preguntaba si hace muchos años la gente también se paraba a ver las estrellas por la noche, y si lo seguirán haciendo en el futuro. Si se preguntaban los misterios que no sabían, si les lloraban a las estrellas, si pintaban el firmamento con los nombres de sus personas queridas, si se asombraban de cada pequeña estrella fugaz que cruzaba el cielo.
La humanidad aquí ya ha vivido muchos años, y ha sufrido la violencia del cosmos en sus propias carnes. En un momento dado, la perspectiva de cuidar su hogar se volvió una prioridad absoluta, y lograron salvarse de sufrir un infierno de calor y dióxido de carbono como el que vivía Venus por aquel entonces. Llegaron a entender, no sin mucho esfuerzo, que la supervivencia era más importante que muchas de aquellas cosas que ellos consideraban grandes problemas entonces. Las distancias insalvables entre culturas y personas se convirtieron en puentes que, de haberse
tendido antes, hubieran salvado muchas vidas, lágrimas y quebraderos de cabeza.
Por supuesto que no todo salió bien, porque al final seguimos siendo humanos y parece inherente a nuestra naturaleza el seguir errando. Y los errores graves del pasado, vistos a la distancia, solo nos recuerdan lo frágil de la estabilidad de nuestro mundo, los horrores, lo que no debería de repetirse nunca. Aunque también en la naturaleza humana está lo de tropezar dos veces con la misma piedra. Confío siempre en que todo irá mejorando, pero hay cosas que no cambian nunca…
Cuando salimos de nuestra Tierra, desde arriba se veía totalmente distinta… como un ente vivo por sí mismo, con su propio ritmo y ciclos. Fue una ruptura muy dolorosa, como quien deja atrás todo y se adentra en una nueva aventura en otro lugar y con otra gente, sin ser realmente consciente de lo que le espera en el otro lado, impaciente, alegre, nervioso y un poco roto. Ahí arriba flotando, ya no había países, fronteras, mares o ríos que nos separasen. Solo éramos nosotros, y de nosotros dependíamos nosotros. Una curiosa armonía que surcaba el ambiente entre los susurros y las miradas.
Cada generación lucha por algo distinto que les afecta a ellos de manera principal, cada generación en la historia ha luchado por mejorar su parcela de realidad, su mundo y por defender sus intereses. Ha habido puntos de inflexión que, aunque hayan pasado hace millones de años, aún se recuerdan y se estudian como puntos clave de la historia de la humanidad. Como las luchas frenéticas para lograr estabilizar nuestro hogar y hacerlo de nuevo nuestro hogar, que tanto nos había dado y cuidado.
Yo, mientras me mecía suavemente, pensaba que aún no sé qué es lo que tocará soportar a la mía, pero espero que estemos a la altura igual que las anteriores. A pesar de los golpes…