Cada vez soy más partidaria de que nuestra forma de ser no es algo únicamente genético sino que hay un alto porcentaje de elementos aprendidos, es decir factores culturales. La personalidad se construye, siendo de ese modo el entorno, la familia, las amistades o la educación agentes importantes en la configuración de la misma. Por ello, el cambio siempre es posible, aunque nadie dijo que fuera fácil. Como mantenía Charles Darwin: “no es la especie más fuerte la que sobrevive, ni la más inteligente, sino la que responde mejor al cambio”.
Podemos plantear nuestra vida como algo estático, es decir como si nuestra forma de ser estuviera condicionada por un cúmulo de circunstancias genéticas o factores externos a nosotros, eliminando de ese modo cualquier posibilidad de cambio. Nos situamos frente a un discurso victimista, donde la transformación no tiene cabida. El planteamiento contrario sería enfocar nuestra vida de modo responsable y como algo dinámico, para ello necesitamos hacer el ejercicio de conocernos a nosotros mismos.
Cuando nos pregunta alguien: ¿Quién eres?, solemos responder metódicamente con todos los datos objetivos sobre nosotros que tenemos asimilados a la perfección: nombre, edad, lugar de procedencia… Además añadimos algunos rasgos de nuestra personalidad para crear una composición más completa. Una presentación rápida que nos define en un nivel muy superficial pero, yo me pregunto: ¿realmente sé quién soy?
Nunca la frase del poeta inglés Alexander Pope tuvo tanto significado para mí: “Todo nuestro conocimiento es conocernos a nosotros mismos”. No es fácil encajarse en una definición cerrada de nuestra personalidad: podemos ser un controlador centrado en obtener buenos resultados y ser un gran líder; a la vez que nuestra parte analítica surge y buscamos la perfección en todos nuestros actos; o cuando sea preciso nos convertimos en un facilitador y ayudamos a los demás; o simplemente ser un promotor y dejarnos llevar por nuestra parte más alocada, fantasiosa.
A fin de cuentas nuestro Ser no debe ser un Ser estático, sino que debemos elegir lo que queremos ser. Como bien dijo el filósofo Jean-Paul Sartre: “somos aquello que hacemos con lo que hicieron de mí”, es decir que yo decido en todo momento cómo actúo, llevando en mi bagaje las circunstancias de mi vida y situaciones aprendidas.
Y yo he decidido el Evangelio. He decidido seguir el mensaje de Jesús, he elegido explotar lo mejor de mí misma para poder ayudar a los demás, para crecer y ser más humana. Pero si nos ocultamos tras máscaras y personajes ficticios, nuestro verdadero Ser se empaña. Hay que desnudarse, realizar un esfuerzo por encontrar lo oculto y así poder valorarnos.
Ya no veo con los mismos ojos la pregunta ¿Quién soy yo?, no me nace responder impulsivamente y de forma mecánica con una descripción formal. Realmente la pregunta correcta sería: ¿Quién puedo ser yo? Yo estoy siendo, estoy en constante construcción pero seré aquello que yo quiera ser. Porque tengo las riendas de decidir, de cambiar, de mostrar la mejor versión que yo quiera. Porque puedo elegir hacerlo. Tengo la capacidad de llenar mi vida de vida, de fe, de Jesús.