No tengáis miedo

No tengáis miedo

Esta no es mi primera Pascua con el MJD. Llevo desde el 2009 celebrando estos días en Albarracín o Caleruega, pero nunca una Pascua es igual (“Yo hago nuevas todas las cosas”¿verdad Teresa?). Tal vez en las formas siempre sea lo mismo pero las personas, los talleres, las vivencias y sobre todo nuestro interior, cada año es una sorpresa.

Llegamos a Caleruega el miércoles por la noche con unas ganas tremendas de encontrarnos y abrazarnos, los jóvenes del MJD, los laicos y las familias con las que tenemos la suerte de compartir estos días. Y por supuesto de volver a ver a nuestras hermanas de Caleruega, las monjas Dominicas que nos acogen cada año y nos acompañan con su oración en nuestra misión por los pueblos de la zona. Con ellas compartimos la oración de envío que preparó el equipo de organización, Laura, Rosabel y Álvaro ¡Gracias
por vuestro trabajo!


Nos dividimos entonces en comunidades para distribuirnos en los diferentes pueblos: Doña Santos, Santa María del Mercadillo, Quintanarraya y Ciruelos. Cuando era una cría solía temer el reparto de comunidades por si no me tocaba con gente con la que quería estar pero ahora, cada vez más, espero poder compartir con gente que no conozco y en la que descubrir cada año el rostro de Dios. Así que, hechas las comunidades, partimos hacia los pueblos y comenzamos a habitar las casas que tan generosamente nos dejan estos días.

Y comenzamos con el Jueves Santo. El primer taller lo preparó Laura, se que con mucha entrega, y nosotros lo vivimos (con algo de competitividad al inicio por mi parte) poniéndonos en el lugar de los discípulos, experimentando el amor de Jesús, su ejemplo de servicio y también el miedo y la confusión que sentirían en esa última cena.

Con todas estas emociones fuimos a nuestros pueblos a conocer a las comunidades parroquiales con las que compartiríamos estos días. Ya con la guitarra en las manos preparamos juntos el oficio de ese día. No negaré que me encanta sentarme con la comunidad a decidir los cantos y repartir las lecturas y gestos de la liturgia. Celebramos con el pueblo, nos lavamos las manos unos a otros como Jesús nos dijo e hicimos memoria de su entrega en la eucaristía. Por último acudimos a Caleruega a compartir la hora Santa con todos en la capilla de las monjas. Una adoración preciosa que prepararon nuestros hermanitos de Igande Berri.

Y pasamos al Viernes Santo con un taller de Ángela donde nos recordó que Dios no es ajeno al dolor porque él mismo sufrió la peor de las muertes y así nos acompaña en nuestro propio dolor. Concluimos el taller con la maravillosa idea de darle la vuelta al dolor y transformarlo en algo positivo para el mundo.

Salimos después de comer juntos hacia nuestros pueblos. Era un día lluvioso en el que no pudieron salir las procesiones, pero fue precioso compartir el oficio del día recordando la entrega amorosa de Cristo en la cruz. En la noche celebramos una penitencial organizada por el Grupo Espiga, acompañada por la voz y la sensibilidad de Pablo que siempre nos ayuda en la meditación. Gracias a los Espiga y a los sacerdotes por este momento en el que podemos descansar un rato en los brazos de Dios.

Y llegó el Sábado Santo, un día de silencio, un día de fracaso, en el que Félix nos ayudó en la reflexión. Comprendimos que, aunque es el momento más difícil, es en el desierto donde tenemos que perseverar en la Fe, mirando hacia atrás, recordando todo lo que Dios ha hecho en nuestras vidas, y redescubrirnos en nuestra relación con Jesús.

Después del taller visitamos a las monjas de Caleruega que nos prepararon unos postres riquísimos y con las que tuvimos la alegría de compartir un ratito de vida. Y ya nos retiramos a organizar la Vigilia Pascual, la liturgia más bonita de nuestra Fe. Cantos, lecturas y gestos de luz que acompañan nuestra alegría por la resurrección de Jesús. La celebración se alargó después compartiendo un ratito de fiesta en Mercadillo.

Y con pocas horas de sueño nos levantamos para celebrar la eucaristía del Domingo de Resurrección donde nos despedimos de las comunidades de los pueblos con las que compartimos estos días. Siempre dejan algo en nuestros corazones. Y ya nos dirigimos a Caleruega para la última comida juntos y la despedida llena de abrazos junto a los coches. Vimos algunas lagrimitas de los más jóvenes que me hicieron recordar mis primeras pascuas con mucha ternura.

Ha sido una Semana Santa especial (como todas), y este año me quedo con las palabras que David nos recordó en cada oficio “No tengáis miedo” (leed con acento americano). Palabras que escucharon María Magdalena y los demás discípulos cuando fueron al sepulcro y experimentaron la resurrección y que merece la pena recordar cada día en nuestro corazón. Me llevo a mi casa el amor de Dios transmitido por mis hermanos del MJD y esa alegría de saber que él guía nuestros pasos y está con nosotros en todo momento incluso cuando la tristeza nos ciega.


Feliz Pascua de Resurrección. ¡Cristo esta VIVO!


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