Santa Rosa de Lima

Santa Rosa de Lima

23 de agosto

La patrona de toda América, Rosa de Lima, se llamaba realmente Isabel Flores de Oliva, pero era conocida por el nombre de Rosa, quizás por su belleza, de tal modo que recibió ese nombre al hacerse dominica seglar -era común entonces aquello de cambiar de nombre al entrar en alguna forma de vida religiosa-.

Nació en Lima en 1586, en una sociedad colonial en la que el ideal generalizado era el de enriquecerse y tener más, pero fue un ideal con el que Rosa -como otros santos coetáneos suyos como Juan Macías o Martín de Porres, también dominicos- no se sentía a gusto y del que no participaba, pues descubrió en su interior una sed profunda de otra cosa…

Los frailes dominicos de Lima fueron una comunidad innovadora y pionera en la evangelización, incorporando a su alrededor a una gran cantidad de gente atraída por la espiritualidad y por la presencia de Dios en sus vidas. En el convento de santo Domingo los seglares pueden participar en la liturgia, reunirse a meditar la Palabra de Dios y colaborar temporalmente en los puestos misionales o «doctrinas». Allí Rosa descubre que esa es la vida que desea… que la vida ordinaria que tenía y que le esperaba, no era lo que realmente le llenaba la vida de vida.

Sin embargo, en su interior vive un dilema: por un lado siente la vocación de religiosa contemplativa y, por otro, percibe la imperiosa llamada a realizar esta vocación en el interior de su familia -donde era necesaria pues pasaban estrecheces económicas-, trabajando por el Reino de Dios desde fuera del convento. A sus 20 años encuentra el camino: ser pobre por la fraternidad universal ingresando en la Orden de Predicadores, en su movimiento seglar.

Como dominica seglar da clases a los niños, incluyendo aprendizaje de instrumentos musicales (guitarra, arpa, cítara), cultiva el huerto de casa y trabaja en costura, como un modo de ayudar al sostenimiento económico de su familia. En aquel hogar la vida es sencilla, pero lo necesario nunca falta.

Con sed cada vez mayor de Dios, en el pequeño jardín propio de las casas de entonces, construye una pequeña cabaña que sea un espacio donde, en lo oculto, escondida, pueda dedicarse a la oración y la contemplación, al amor de su vida, el mismo Dios.

Murió joven, con 31 años, y se convirtió, ella dominica seglar, en la primera santa de América, mística, compasiva, predicadora, generosa, amante de Dios.

De Rosa podemos nosotros ver alguna que otra cosa en la que refelejarnos. En medio de un mundo en el que el tener, el aparentar, el disfrutar por fuera, es lo común, como Rosa podemos descubrir que la verdadera plenitud está en otro lugar. También que aunque la vida de fraile o de contemplativa puede ser siempre una opción, hay caminos en medio del mundo para ser un auténtico predicador y un auténtico místico. Y por último, que la gran Familia Dominicana, es un espacio fascinante para crecer en el camino de la fe y del seguimiento de Cristo.

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