Tenemos algo en común

Tenemos algo en común

Fotografías de la crónica realizadas por @davidnavalphoto

La palabra iglesia proviene del griego antiguo “ekklesia”, las comunidades en las que se reunían, como iguales, los hombres que tenían algo en común: ser seguidores de Jesús. “Tenemos algo en común”. Con este lema nos reunimos cerca de La Granja, en Segovia, llenos de ilusión y esperanza, los jóvenes vinculados a los dominicos, ya fuera porque somos parte del MJD, o porque venimos de parroquias y colegios que mantienen vivo el carisma de Santo Domingo. La llamada al encuentro nos ha hecho venir desde lugares de toda España: desde Madrid, Aranjuez, Valencia, Sagunto, Zaragoza hasta Tenerife y la Palma. En las siguientes líneas voy a contar como lo he vivido.


Llegamos el viernes, ya entrada la noche, tras haber recogido a nuestros compañeros canarios del aeropuerto Madrid Barajas. Resulta admirable verlos, ni la distancia ni lo cansado del camino les ha disuadido de venir. Al llegar, al calor de una estufa, entre risas, compartimos la cena que hemos traído cada uno de casa. Para romper el hielo, Álex García, miembro del grupo Espiga de Sagunto y coordinador del encuentro, propone que comencemos haciendo por grupos un abanico de historias, que luego se nos reveló que otro de los grupos tenía que hacer una actuación sobre nuestro guion. El resultado es una noche desternillante y un clima de buen rollo increíbles. Todos íbamos con ganas de conocernos y de reunirnos y se notaba. Agotados, pero felices, nos vamos a dormir al saco.


Nos despertamos con las pilas cargadas y tras un buen desayuno, comienza la primera reunión. De nuevo es Alex el que dirige nuestros pasos y el que nos plantea por primera vez el lema de la convivencia: “Tenemos algo en común” Las preguntas se nos presentan solas ¿Qué es exactamente lo que tenemos en común? ¿Qué es lo que nos hace a jóvenes de toda España reunirnos en Segovia, algunos viniendo desde tan lejos? ¿Qué significa ser parte del MJD y de la familia dominicana, ser seguidores de Jesús por el camino de Santo Domingo?


Nos adentramos en estas preguntas de la mano de Fray Vicente Niño, quien nos presenta una figura que muchos ya conocíamos, pero que probablemente fuera más desconocida para los más jóvenes: Santo Tomás de Aquino. La vida y pensamiento de este dominico y doctor de la Iglesia no solo han inspirado el carisma dominicano, sino que han ayudado a dar forma a la filosofía y el pensamiento occidentales, e incluso me atrevería a decir, a las del mundo entero. En este titán intelectual y espiritual podemos empezar a ver lo que significa la visión dominicana de la vida. Aquino combina desde joven dos facetas: es una persona llena de curiosidad intelectual, deseoso de conocer el mundo; y además dedicaba gran parte de su tiempo a la oración, a la contemplación, sumido a menudo en imperturbable silencio. Ambas cualidades hicieron de él un magnífico hombre de estudio, que no solo poseía los conocimientos de los textos y autores cristianos, (como su maestro San Alberto Magno) sino que conocía las grandes obras clásicas grecolatinas y las de pensadores de culturas radicalmente distintas, como Aristóteles o Averroes. A medida que avanzaba la charla, me daba cuenta de lo mucho que admiro y comparto el espíritu dominicano, en el que son pilares fundamentales, una oración que sostenga la fe junto a un estudio profundo y lleno de diferentes puntos de vista que cuestionen la propia creencia y la hagan madurar. Creo que para acompañarnos en ambas situaciones, se encuentra la siguiente clave de nuestro carisma: la comunidad, que igual que acompañó a Tomás a lo largo de su vida, ahora ha hecho que nos acompañemos entre nosotros a lo largo de este fin de semana a la hora de responder a esa pregunta tan fundamental: ¿Qué tenemos en común?


Tanto el estudio de Santo Tomás como el nuestro, sin embargo, no se trata de algo frío y teórico, sin alma, sino que trata de observar el mundo desde la humanidad, desde la bondad y el amor, el cuarto pilar dominicano, con el que resueno especialmente. Es el amor lo que dirige y da sentido a la oración y el estudio, un amor hacia Dios, hacia el mundo y en especial, un amor por el prójimo. Supone ser un enamorado del mundo y de las personas, ver sus maravillas con buenos ojos, con esperanza. A la luz de ese amor, Santo Tomás abogó toda su vida por el entendimiento entre credos, tomando la filosofía y la razón como herramientas y lugares comunes en las que los humanos de distintas convicciones podemos encontrarnos para dialogar. Creo que la grandeza de nuestro carisma se halla en esa actitud dialogante. Todas estas aptitudes dominicanas y nuestra manera de vivir la fe tienen un fin que considero que de nuevo se ve muy bien ilustrado por una cita de Aquino: “así como es mejor iluminar, que solamente brillar, así es mejor dar lo contemplado que simplemente contemplar”. Así, con la mirada llena de amor, nos ponemos en el mundo para llevar la caridad de Cristo a través de nuestra vida, esa es la predicación, nuestro último pilar y misión. Entiendo que debemos ser portadores del amor que nos ha sido dado, que si no somos capaces de dar amor a los otros, nuestro carisma se queda corto, pues a dar y amar es a lo que estamos llamados.


Finalizamos la charla y llega el momento de poner en práctica lo aprendido. El lema me sigue rondando la cabeza, no paro de darle vueltas. Nos separamos un momento para orar por separado y reflexionar. Después nos reunimos en pequeños grupos para hablar. El mío fue un grupo variado, con gente de todas partes y de diferentes edades. Comenzamos hablando de nuestros respectivos periplos vitales y nuestros caminos en la fe y el plantearnos el porqué estábamos allí. Algunos, como yo, nos habíamos alejado de la fe por distintos motivos y habíamos vuelto a ella, encontrando un apoyo y un sentido tanto en la fe en Jesús, como en la forma que la orden tiene de vivirla; mientras que otros, habiendo mantenido su fe, buscaban volver a vivir esa fe en comunidad, con gente que la viviese igual. En ese momento descubro cosas conmovedoras, como que todos ponemos el amor en el centro de nuestra fe, que esta no se puede entender sin el otro, en solitario; o que a todos nos dan serenidad, esa fe y la esperanza que siempre la acompaña.


Tras los grupos comemos todos juntos. Bendecimos cantando, con un buen estruendo y alboroto, felices de poder compartir todos juntos la mesa.


Si por la mañana hemos tenido oración y comunidad, por la tarde, hacemos estudio y diálogo. Nos dividimos en grupos de nuevo. Se nos proponen varios temas de actualidad y a debatir, con un dilema moral de fondo. Las preguntas y perspectivas que se nos muestran, nos revelan que las respuestas asentadas sobre perspectivas muy teóricas se quedan cortas a la hora de dar soluciones auténticas a situaciones realmente complicadas, en los que las circunstancias del caso concreto y las personas y su dignidad, mirarlas con esos ojos llenos de humanidad, deben ser nuestra más absoluta prioridad.


Tras unas horas de tiempo libre en la que la mayoría fuimos de visita a un pueblo cercano, llega uno de los momentos centrales del fin de semana: la eucaristía. En lo personal, es un momento que estoy redescubriendo, un momento central de mi semana. La segunda lectura versa sobre la parábola de los talentos, del evangelio de Mateo 25, 14-30. Siempre ha sido un pasaje del evangelio que me ha llamado la atención, no por como Dios, representado por el amo, trata a los siervos que le devuelven sus ganancias multiplicadas, si con la dureza con la que trata al siervo que esconde su talento en la tierra para que no se pierda.


“¡Siervo malo y perezoso! Si sabías que cosecho donde
no sembré y recojo donde no esparcí, debías haber
entregado mi dinero a los banqueros. De ese modo, al
volver yo, habría cobrado lo mío con los intereses.
Quitadle, por lo tanto, el talento y dádselo al que tiene
los diez talentos. Porque a todo el que tiene se le dará y
le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo
que tiene. Y a ese siervo inútil, echadle a las tinieblas de
fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.”


A mi ayuda acude la homilía de Fray Vicente, que al estar en petit comité nos permite preguntarle y plantearle dudas. Dios nos quiere como un padre, quiere a sus hijos, con amor, sabiendo también de lo que somos capaces, de aquello a lo que estamos llamados a ser. Una parte de esta lectura que a menudo pasamos por alto es que Dios recompensa a sus otros dos siervos de la misma forma, da igual que hayan traído 5 que 2 talentos más, lo fundamental es que han aprovechado los talentos que le fueron dados, habían creado bien con el bien que les fue dado. Así pues, entendimos que lo importante para el padre es la actitud de sus hijos y no la cantidad o la grandeza de sus logros.


Tras acabar la eucaristía y una cena de lo más animada, comienza la noche de juegos con los del grupo Espiga dirigiendo la velada. Acabamos los juegos y la fiesta de madrugada y volvemos a descansar para afrontar el último día, el domingo.


A la mañana siguiente nos volvemos a reunir todos alrededor de la estufa. Diferentes personas que forman parte de la familia dominica nos explican a los nuevos lo que es el MJD y la función que tenemos con respecto a la orden de predicadores. Varias personas nos presentan las muchas maneras en las que la orden actúa en la sociedad; sea a través de asociaciones dedicadas a servir y a restaurar la dignidad de los desposeídos y más necesitados, tanto dentro como fuera de España, como Balimayá o Selvas Amazónicas; sea desarrollando y ejecutando planes de ayuda al desarrollo como Acción Verapaz; o defendiendo los derechos más fundamentales a través del Observatorio Samba Martine. La vida dominicana está intrínsecamente unida con hacer, entre todos, un mundo mejor, especialmente para aquellos que más lo necesitan.


Llega al fin el momento de la despedida. Retomo el camino de vuelta a casa con la felicidad de poder compartir algo tan importante como mi fe con gente tan diversa y a la vez tan increíbles, con ganas de volver a verlos a todos pronto. La pregunta puede que nos la sigamos haciendo: ¿Qué tenemos en común? Tengo algunas dudas sobre la respuesta, pero lo vivido en este fin de semana me ha hecho intuirlo un poco. Para mí, creo que nos une el sentir, un profundo amor por Dios, así como por los quienes nos rodean. Nos gusta entender al otro, tender puentes y llevar ese amor que Dios nos ha dado a cada aspecto de nuestra vida, apoyándonos en nuestra fe y en nuestra comunidad cuando nos fallan las fuerzas para hacerlo.

No entendemos la fe y el amor sin el otro, como algo que se pueda llevar solo de puertas para adentro, como ese talento que el siervo esconde bajo tierra. Estamos llamados a algo más. En palabras de San Francisco de Asís:

“que donde haya tinieblas, yo ponga la luz”

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