Trilogía de Adviento: Epílogo

Trilogía de Adviento: Epílogo

Ya con la Navidad encima, después de estas semanas en que hemos tratado de acercarnos a esta espera y esperanza, queremos esta última semana de apenas unos días antes de la Nochebuena, preguntarnos… ¿qué Navidad es la que vivimos nosotros?

Las calles llenas de luces y los anuncios de colonias anuncian que estamos en unas fechas diferentes a las de todo el año. Si un extraterrestre apareciese en estos días por nuestras calles… ¿sabría a qué se debe tanto fasto? A la Navidad, claro, pero ¿qué navidad es la que celebramos realmente?
Hay muchas navidades en nuestras vidas, están las fiestas familiares, ésas en que nos juntamos con los seres queridos y cercanos que a lo mejor no vemos en todo el año, o que aun viéndolos los sentimos más cerca, como con más cariño en estos días; está también las fiestas divertidas, las de las comidas y las copas, las de las fiestas, el jolgorio y la diversión de un tiempo sin trabajo; por supuesto las fiestas de la ilusión, las de la lotería y las ilusiones porque cambie nuestra vida; y tenemos las fiestas de Papá Noel y los Reyes Magos, las de las cosas, las de las compras y los regalos, las del tener más o llevar algo de felicidad a los próximos con un detalle o un presente…
De todas las navidades que se viven y que se entremezclan, podemos sacar algo positivo, porque en última instancia todas son reflejo e imagen de la auténtica navidad… Las distintas navidades se llenan –o deberían claro- de cariño, de cercanía, de familia, de alegría y de diversión, de ilusión y buenos deseos, de ganas de hacer felices y de que nuestra vida cambie… pero como suele suceder con nosotros los humanos, al final nos quedamos con lo externo, con las consecuencias, con las capas de fuera de la vida sin ir al fondo de las cosas, a su último y verdadero sentido…

Porque todas esas cosas cobran su sentido, todos esos valores positivos vienen de la auténtica Navidad, vienen por el verdadero significado de la Navidad, por la única auténtica Navidad y no por las fiestas de invierno familiares, divertidas, ilusionadas o llenas de regalos… vienen porque celebramos que hace dos mil y pico de años nació Jesús de Nazaret, el Salvador de la humanidad, el Mesías, el Señor, el Hijo de Dios… y que al nacer, Jesús trajo la alegría, la ilusión de que nuestra vida puede cambiar y ser una vida más viva, trajo el amor que se vive en primer término en la familia, ese amor que lleva a querer hacer más felices a los demás y por eso, como imagen de ese cariño y ese afecto, les damos un regalo como una ilusión; trajo Jesús de Nazaret, el sentido profundo de la paz, de la concordia, de la fraternidad, de los buenos deseos, porque nos trajo la esperanza…
La esperanza y la ilusión… Jesús trajo la prueba de que el mundo puede ser de otra manera, de que la vida que vivimos entre tanta gente, desconocida y lejana, puede transformarse en una vida en la que veamos que la señora con la que nos cruzamos cada mañana, las chicas del autobús que cogemos cada día, el señor que trabaja en la puerta de nuestro trabajo, no son unos desconocidos. Son hombres y mujeres como nosotros, son hermanos nuestros, hijos todos de Dios, todos queridos por Él, y a todos nosotros nos nació el Niño Dios, para traernos vida y plenitud… incluso a los que no creen en Él…
Así la Navidad vuelve a su sentido, se llena de su contenido verdadero, y de esa manera vuelve todo a su cauce… la familia, sí, pero no por sí sola, sino como expresión del amor incondicional que trajo el Salvador; la diversión, claro, pero sólo como verdadera muestra de alegría y de felicidad interna porque la vida tiene un sentido; la ilusión y los buenos deseos y propósitos desde luego, pero desde la esperanza de que ya estamos salvados, que nada nos impide ser como queremos ser y como sentimos verdaderamente que nuestra vida y nuestro mundo debería ser…

Desde esta perspectiva parece un tanto escandaloso todo lo externo de la navidad, las compras, las fiestas, las familias incluso, las ilusiones vacías y externas… hay que volver a poner la vida del hombre en su justo término, volver a reevaluar las cosas y volver a ganar el término medio, justo y verdadero de la vida del hombre… y con la Navidad hemos de hacer lo mismo, hemos de volver a recuperar el sentido que tiene la Navidad, el de recordar y celebrar el nacimiento de nuestro Dios, el Dios que se hace hombre por amor a los hombres, para traerles la libertad y la paz, la felicidad plena y honda…

Y se hace más escandaloso todo lo externo navideño sobre todo cuando vemos que aún hay hombres y mujeres que viven esclavizados, por la pobreza, por la violencia, por el miedo, hombres que viven esclavos de su propia inconsciencia, de todo aquello que les hace ser menos personas, seres humanos encadenados a la tristeza, a la angustia, al sinsentido, al vacío… todo lo contrario al mensaje de Jesús de Nazaret, al mensaje de la liberación, de la justicia, del amor, de la paz, de la plenitud…
¿Qué Navidad vamos a vivir este año? Ojalá que podamos responder que la Navidad de la verdad, la Navidad de la libertad, de la plenitud, la Navidad de sentirnos salvados, la Navidad de Jesús de Nazaret.

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