San Álvaro de Córdoba

San Álvaro de Córdoba

Propiamente hablando tendríamos que decir que nuestro santo dominico de hoy, 19 de febrero, es el Beato Álvaro de Córdoba… pero uno que es cordobés, desde pequeño aprendió a llamarle san Álvaro, porque en la ciudad que acogió la labor que hizo fray Álvaro -que nació en Zamora, todo sea dicho- es tenido por santo, pese a que para la iglesia universal es Beato.

El tiempo que le toco vivir a Álvaro, no fue fácil. El siglo XIV -Álvaro nació alrededor de 1360- en la Orden fue un tiempo de profunda crisis. La vida de los frailes no era todo lo regular y religiosa que debería ser -así dicen los historiadores-, pero a la vez que vidas poco religiosas, aparecieron figuras que trataron de ser fieles al primitivo carisma regular de Santo Domingo de Guzmán. Santa Catalina de Siena y el Beato Raimundo de Capua en Italia comenzaron una reforma dentro de la Orden que poco a poco fue extendiéndose por toda Europa y dando sus frutos durante todo el siglo XV y XVI con grandes figuras para la Iglesia.

Muy significativo para toda la identidad dominicana es que la reforma no supuso, como en otras familias religiosas, la ruptura en distintas órdenes. Siempre se salvaguardó la unidad, y la reforma no se hizo ni con imposiciones ni con dramáticos enfrentamientos, sino que fue poco a poco ganando, desde sus propios valores comunitarios y democráticos, la vida de los frailes predicadores para una mayor tensión y responsabilidad religiosa para la misión de la predicación.

Pues bien. En España fue con este nuestro santo de hoy, el Beato Álvaro de Córdoba, y con su fundación del convento de Scala Coeli en la sierra cordobesa, desde donde fueron implantándose los modos reformados en los Reinos de la Península Ibérica.

La vida de Álvaro cambió con un viaje. Un viaje a Tierra Santa que le hizo pasar por los conventos reformados de Italia. El que había sido profesor de teología y confesor de reyes, a su vuelta a España y al encontrar un lugar en la sierra cordobesa que le recordó los alrededores de Jerusalén, decidió fundar un convento solitario y retirado para vivir como había conocido en Italia. Ese fue Scala Coeli, la escalera hacia el cielo en latín, un lugar donde vivir en comunidad, en oración y predicación, en autenticidad.

Dos hitos nos trae la figura de Álvaro de Córdoba. Una la del Via Crucis. Y es que esta oración en que recordamos en catorce momentos -estaciones- la Pasión de Jesucristo, el camino desde su prendimiento en el Monte de los Olivos, hasta su entierro en el Sepulcro, llegó a España en forma embrionaria de su mano, al establecer en los alrededores del convento un primer modelo de Via Crucis que aun no tenía las catorce estaciones, una especial manera de reflexión sobre la Pasión, una forma de contemplación en distintos lugares, un Via Crucis “en proyecto” que después se fue desarrollando por toda nuestra geografía.

Y junto a eso, una de las anécdotas de su vida, la del Cristo de san Álvaro, que nos habla de mucho más. Regresando de predicar de la ciudad de Córdoba al convento de Scala Coeli, que está a unos diez kilómetros, en una cuneta del camino se encontró un mendigo desmayado que ni hablar podía. Lo recogió envolviéndolo en su capa, para subirlo al convento y cuidarle allí. Al llegar y abrir el manto, en vez del mendigo, llevaba en sus brazos la figura de un Cristo, que aún se conserva y venera en el convento de Scala Coeli. Es clara la idea y la imagen: en los últimos, los pobres y desvalidos, es donde encontramos a Cristo.

En esas dos claves vemos mucho de lo que Álvaro quiso vivir en la sierra de Córdoba: la oración y la predicación, dos de las claves fundamentales de la vida de todos los dominicos, de lo que fue la reforma de la Orden, y de lo que estamos llamados todos los dominicos a ir cada día viviendo más en verdad.

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