Un año más se acercaba Semana Santa y un sinfín de planes como opción. Pero el destino estaba claro: volver a la sierra de Albarracín a la Pascua Rural del MJD. El año pasado la experiencia fue inmejorable, con lo que repetimos y, ¿por qué no apuntarse a organizarlo?
Así que nos pusimos manos a la obra y comenzamos a pensar, llamar, coordinar, convocar, reservar, en definitiva paso a paso ir haciendo aquellas cositas que necesitábamos tener previstas antes de llegar ahí y que hasta que no te pones a hacerlas no llegas a apreciar el trabajo que otros han hecho antes que tú para que todo esté a punto al inicio de la pascua.
Y llegó el momento, nos fuimos a Albarracín, cruzando los dedos para que todo saliera perfecto y todos disfrutáramos de la Pascua y lográramos sacar el mejor partido de esos días.
El lema que propusimos este año fue “Déjate Colgar”, pero, ¿colgarse de qué, para qué, por qué…? De manera aislada no deja de sonar un poco raro. Así que el reto estaba en descubrir de qué nos íbamos a dejar colgar y saber si estábamos, cada uno, dispuestos a ello. Esto venía dado poco a poco: durante la oración de acogida – con aquel alpinista que no confió – nos pusimos en situación. A través de 3 estupendos talleres hablamos de amor, misericordia, nos pusimos en la piel de otros menos afortunados que nosotros, y logramos llegar a nuestras propias conclusiones sobre lo que dejarse colgar significaba, y poco a poco fuimos despejando aquellas dudas iniciales. Compartir la Hora Santa y la Penitencial todo el grupo fueron momentos importantes, encontrando “al lado de quién me siento”, removiendo en mi lo que sucede actualmente a mi lado, en mi ciudad, en el mundo y mi manera de afrontarlo, de involucrarme, de que no me sea indiferente. Así que con esta parte fui teniendo resuelta la pascua a nivel más individual o íntimo. A pesar de ser momentos en los que estábamos todos, no dejaron de ser momentos para el crecimiento personal.
Sin duda todo lo anterior vino bien para centrarme y llegar a mi pueblo – este año Terriente – a preparar las celebraciones y compartirlas con el pueblo. Comprobé es tan importante compartir las celebraciones religiosas – con un grupo muy muy selecto de asistentes – como aquellos momentos de fiesta: una chocolatada y una cena, ya que encontramos momentos de diálogo con mucha más gente, que a pesar de no venir a las celebraciones nos recordaba de otros años y nos acogía como si fuéramos parte de la familia. Sin duda mereció la pena cuando más de uno coincidió en decirnos que habíamos sido “un soplo de aire fresco”, el cual sinceramente creo que fue mutuo.
Al final de la pascua me quedó claro que, a diferencia del alpinista del primer día, me quiero dejar colgar. Me cuelgo de Dios, de mi comunidad, de mi familia, de mis amigos…. y sé que nos colgamos entre todos, que somos una cadena, que siempre habrá alguien que te sirva de “línea de vida” pero con la certeza de tu le servirás a otro. Así que me atrevo a decir, incluso sin tener claro que sea el mejor cierre, que esta pascua no solo mereció la pena, sino que también mereció la alegría.